lunes, 16 de enero de 2012

UNA INVITACIÓN A SEVILLA

Publicado en la revista "NOSOTROS"


Puede que algunos de mis lectores hayan visitado Sevilla con suficiencia de tiempo y disponibilidades. Para ellos, este reencuentro con una parte de esta ciudad, orilla del Guadalquivir. Otros, sin embargo, no hayan pisado nunca suelo sevillano, o no conserven muchos recuerdos de sus antiguos viajes a la capital del sur. Para todos ellos, mi tiempo y mi ilusión.

            Estoy a los pies de la Giralda, torre almohade, mil veces fotografiada y reproducida. Estamos en plena plaza de la Virgen de los Reyes, advocación patronal de María Santísima. Desde aquí hay que levantar la mirada hacia lo más alto de ese Giraldillo que pone en el cielo azul sevillano la imagen del Triunfo de la Fe, que gira con los vientos dominantes. Los dos tercios inferiores corresponden a una antigua mezquita, de finales del siglo XII, y el tercio superior es una obra cristiana con un gran campanario, cuyo sonido llega a muchos puntos de la ciudad cuando alegre entona su metálico canto a las glorias religiosas. La vista se pierde en sus más de 100 metros mientras docenas de turistas pasan por nuestro lado.

                En el centro de esta plaza una fuente neobarroca de principios del siglo pasado, que en su parte inferior tiene carátulas de monstruos y se remata con unos airosos hierros forjados y cuatro faroles. En esta plaza, además de la Giralda y la fachada de la catedral de Santa María con su Puerta de los Palos, por donde salen los pasos de la Semana Santa, y el ábside de la Capilla Real, se encuentran el Palacio Arzobispal, el Convento de la Encarnación y detrás la plaza de Santa Marta. Mirando a un lado y a otro, encontramos la calle Placentines, la plaza del Triunfo, o la calle Mateos Gago, donde luego nos introduciremos. 

Desde la balconada del Palacio Arzobispal de Sevilla vimos una tarde a Juan Pablo II recibir el homenaje popular de los sevillanos. Este palacio tiene una bonita fachada barroca y contenía una importante pinacoteca, hasta que fue diezmada por el mariscal Soult, experto en arte, que se llevó un gran número de cuadros sevillanos, expoliando varias iglesias y haciéndose con murillos, zurbaranes, etc. y que estuvo alojado en dicho Palacio Arzobispal durante la invasión francesa. Los franceses se llevaron muchos cuadros del Hospital de los Venerables, de la iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad, y del Palacio Arzobispal, donde organizaron bailes, conciertos y banquetes.  

Frente a esta monumental fachada contrasta la pequeña iglesia del Convento de la Encarnación, antiguo hospital de monjas agustinas, donde de niños íbamos a comprar los recortes de las obleas que estas hermanas confeccionan para la consagración en diversas iglesias sevillanas. Al lado de esta blanca iglesia de Santa Marta, se abre un adarve que concluye en una plaza sin más salida que la que nos ha llevado hacia ella, y en su interior se alza una especie de cruxeiro o cruz esculpida con un crucifijo y una Piedad, obras de Hernán Ruiz II, que intervino también en la construcción de la parte cristiana de la Giralda.
Entre ambos edificios religiosos se abre la calle Mateos Gago, poblada de naranjos y bares turísticos, antiguamente era el lugar donde se hacían los borceguíes o zapatos de cuero. Allí encontraremos, en la acera de la izquierda, el Bar Giralda, que conserva bóveda octogonal recordando que antes fue un baño almohade. En esta calle hubo también una confitería donde el tristemente célebre mariscal Soult adquiría unos deliciosos merengues, y hay casas construidas por el célebre arquitecto Aníbal González. Siguiendo esta calle encontramos la iglesia de Santa Cruz, donde un tiempo estuvo la Virgen del Prado, de la que hemos escrito en algunas colaboraciones anteriores, mientras se restauraba la Colegiata del Salvador. De aquí sale una cofradía de Martes Santo, con un Cristo crucificado (Cristo de la Misericordia) que posiblemente sea de Pedro Roldán. Frente a esta iglesia la calle Guzmán el Bueno con unas soberbias casas y entre ellas la llamada Casa de Olea, donde radica el convento de San José de la Montaña, cuya imagen también hemos visto en procesión por las calles sevillanas. Cerca de allí, la estrecha calle Abades, donde se encuentra la Casa de los Pinelo, genoveses venidos a la Sevilla de la época dorada después del descubrimiento de América, y hoy sede de la Academia de Buenas Letras y Bellas Artes, y cerca de ella la Academia de Medicina. 

            Si volvemos a Mateos Gago, una callejita llamada Mesón del Moro tiene unos bien conservados baños musulmanes, lugar donde además podemos comer pues hoy es un restaurante italiano, con cámaras de arcos de herradura iluminadas por lumbreras estrelladas. Se abre una encrucijada de calles estrechas, pues no en vano estamos ya metido en pleno Barrio de Santa Cruz, antigua judería pero que ha sufrido, o al menos experimentado, múltiples reformas. Digan lo que digan, sus calles tienen el encanto de su turismo, su angostura, y la comodidad de calles peatonales por donde nos cruzamos con gente de todas las razas, y donde –¡hay que decirlo!- podemos parar y saborear una copa de jerez y un poco de jamón de la sierra de Aracena. En una esquina tenemos el Bar de las Teresas, que indica que la calle de Santa Teresa nos invita a seguir caminando. En esta calle llama la atención una casa que perteneció a Murillo, en ella murió como consecuencia de una caída del andamio cuando pintaba el retablo mayor de la iglesia del convento de los Capuchinos de Cádiz. Frente: el Convento de las Teresas o de San José, de Carmelitas Descalzas, que conserva un manuscrito de Las Moradas de Santa Teresa de Jesús y en su sacristía algunos objetos más de la santa abulense, y un retrato que le hizo Fray Juan de la Miseria, y del que se cuenta que la Santa al verlo exclamó “¡Dios te perdone, Fray Juan que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa!”.  En la fachada se sostiene un azulejo con la misma imagen que el cuadro.

            Esta calle concluye en la Plaza de Santa Cruz, cuya principal ornamentación consiste en una cruz situada en el centro, de hierro forjado, llamada Cruz de Cerrajería, que debe su nombre a que antes estuviera ubicada en la céntrica calle de la Cerrajería. De esta cruz se hizo una réplica de mayor tamaño para la actual fachada del Santuario del Rocío, ya que fue el maestro rejero Sebastián Conde quién la realizó y había nacido en Almonte. En esta plaza había una antigua sinagoga luego convertida en iglesia que derribaron los franceses para hacer espacios más amplio a estilo europeo. Debajo de esta plaza están las cenizas de Murillo que se enterró en la iglesia que allí existía.

            Todavía nos quedaría llegar hasta la plaza de los Venerables, o a la Plaza de Doña Elvira, y desde allí a la Placita de la Alianza y adentrarnos en el Patio de Banderas del Real Alcázar, lugar que no podemos dejar de visitar si estamos por estos lares, pero debemos dejar por hoy nuestro paseo literario para otra ocasión, pues la extensión… manda.

                                                                 Manolo Rodríguez Bueno                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

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