“¡Qué la historia es un
círculo y que nada es que no
círculo y que nada es que no
haya sido y que no será!"
(Jorge Luis Borges)
Siurot era un hombre alto, siempre muy limpio, bien pelado y peinado y la cara franca y agraciada, perfectamente afeitada. Su atuendo oscuro, limpio como su persona, pero sencillamente digno. Así lo dibujó su nieta Manuela Ramírez Siurot en 1992. “Él tuvo sin duda un gran protagonismo en mi infancia y en la de mis seis hermanos – sigue refiriéndonos su nieta- pues, siendo ya mayor y al haber sido destruidas sus escuelas en Huelva, pasaba gran parte de su tiempo entre sus libros en nuestro domicilio de Sevilla donde vivía en casa de su hija única, Antonia, mi madre”
El yerno de Siurot salía muy temprano para dedicarse a su trabajo como agricultor por lo que Don Manuel fue el hombre de la casa para sus nietos: seis nietas y un nieto. Ante el alboroto juvenil él, encontraba un remedio eficaz: contar cuentos. Un cuento que, las más de las veces, inventaba sobre la marcha, ayudado por su gran imaginación y su vasta cultura, y en el que las aventuras y desventuras de sus héroes, mantenían en suspenso y orden, siquiera por un buen rato, a sus traviesos nietos.
“Otro recuerdo de los más agradables que guardo en mi memoria – nos sigue diciendo su nieta- es cuando, en las noches de verano, nos sacaba al jardín de nuestra casa y, levantando la cabeza al cielo, nos decía que iba a enseñarnos cosas del firmamento. Entonces oímos por primera vez, palabras como Osa Mayor, Osa Menor, Camino de Santiago, Estrella Polar y otros muchos nombres de cuerpos celestes. Mi abuelo no sólo nos señalaba las estrellas, sino que las designaba por sus nombres y nos explicaba sus movimientos. De esto hace ya muchos años y el cielo de nuestra ciudad estaba por las noches limpio y transparente.”
La casa donde vivió Siurot sus últimos años estaba en la avenida de Jerez, en el chalet llamado “Villa Luis” (según José Mª Dabrio) Hoy esa avenida ha cambiado su nombre por la de avenida de Manuel Siurot. Muy cerca de esta casa está el Hospital Virgen del Rocío y la parroquia de Corpus Christi, donde estuvieron sus restos hasta su desembarco en el baptisterio de La Palma. Gracias a las gestiones de mi amigo José María Dabrio, hemos localizado el sitio donde vivió Siurot sus últimos días. Ya el chalet ha sido derribado y en su lugar se erige un bloque moderno de viviendas, bloque que lleva su nombre. La fachada del actual edificio es la que aparece en la siguiente fotografía:
Siurot era por otra parte muy estudioso y gran aficionado a leer y a sus libros. En esta casa de Sevilla tenía una amplia habitación, destinada a despacho y biblioteca y allí custodiaba con mimo y cariño sus numerosos libros, perfectamente encuadernados, como era costumbre en aquella época. Sus libros eran todos sobre temas de humanidades, destacando entre ellos tres o cuatro Historias de España, materia que tan bien conocía y amaba, historias de diversos autores de prestigio, encabezada por la clásica Historia del Padre Mariana.
“Pero la característica más destacada de la personalidad de mi abuelo – nos refiere su nieta- fue sin duda, a mi parecer, su religiosidad. En este sentido, uno de los recuerdos más claros que tengo de mi abuelo es, el de las escenas casi todas las mañanas, de su figura al pié de la escalera de nuestra casa, con el abrigo puesto y el sombrero en la mano llamando a mi abuela, para ir a misa a la cercana iglesia del “Corpus” y aligerándola para no llegar tarde. Todos los días que podía acudía a la misa en la no lejana iglesia. Otras muchas veces esta espera a mi abuela la ocupaba cogiendo jazmines, que luego llevaba cuidadosamente y extendía con respeto en el altar donde se iba a celebrar la misa. Murió cristianamente como había vivido. Para terminar estos recuerdos, permítanme que les cuente con respecto a su muerte lo que oí años después de labios del buen D. Antonio, párroco del Corpus Christi: Don Manuel Siurot, ya próxima su muerte, había pedido como otras muchas veces, recibir la Sagrada Comunión. Don Antonio se la llevó, entró en su cuarto y se dispuso a dar la Comunión al enfermo; pero éste, antes de recibirla, pidió a su párroco permiso para decir algo. el cual se lo concedió y entonces, Don Manuel con voz débil, pero con profunda convicción, hizo manifestación de la fe en Cristo, expresó su amor por Él y finalmente, dijo que tenía la firme esperanza de ser acogido pronto por su Misericordia. El sacerdote, conmovido después de tan solemne manifestación de fe, amor y esperanza, le dio la comunión. Cerró entonces los ojos y al cabo de unas horas, y en paz, fue al encuentro de su Padre en el cielo”
Nada en la vida de Siurot tendría sentido si no se tiene en cuenta su religiosidad. Siurot estuvo en La Palma hasta los 9 años, en ese tiempo, jugaba con los niños en La Vega, como algunos de nosotros, y reñían por asuntos de las cruces de mayo. Su padre lo asomaba por la ventana de su casa, que daba a la plaza de la Pescadería, para ver las procesiones y fueron a caballo, padre e hijo, al Romerito. El mismo Siurot dejó escrito el siguiente texto:
“Mi madre, que tiene más de 80 años siente una devoción intensa por su Virgen del Valle. Cómo mi viejecita vive conmigo en Huelva, todos los años cuando se acerca la fiesta de la Asunción, me dice ¡Ay, hijo, yo no puedo ir ¿por qué no vas tú? Y este año le dije ¡voy! Y en mi pueblo me planté no sin antes me despidiera mi madre con lágrimas en los ojos, y con el encargo de que diera yo un beso muy apretado al manto de la Virgen. Si yo no tuviera fe, esas lágrimas y ese encargo de mi madre me harían creyente. Llevaba yo a La Palma el beso de mi vieja palmerina como quién lleva una pluma en el sombrero, un tesoro en la mano y una empresa en el corazón... Recuerdo una madrugada de aquella lejana infancia en que mi madre me levantó desnudo del lecho y dejándome en la ventana, me dijo: ¡Ponte de rodillas, hijo mío, y rézale a la Virgen del Valle, que está allí, mírala, en la Pescadería!. Y mi madre lloraba mucho y yo miraba allá lejos la luminaria del paso de la Virgen y rezaba con una entrega completa de mi corazón de niño”
En 1913 el Ayuntamiento de La Palma acordó poner el nombre de Manuel Siurot a la calle “Huertas”, hoy Carlos M. Morales, que posteriormente trasladó dicha rotulación a la actual calle, antes calle Sevilla, donde Siurot nació. D. Manuel contestó al Alcalde: “Tenga la bondad de expresar a mi pueblo que el último de los hijos de La Palma, lleno de santas emociones y con la vista puesta en el honor recibido, promete cumplir sus deberes de tal modo que, con el favor de Dios, no haya que escribir nunca debajo del rótulo de la calle, la fórmula de un arrepentimiento”
Ya en 1938 enfermó; a finales de 1939 fue sometido a una operación que acabó acarreando su muerte el 27 de febrero de 1940, en la casa de su hija Antonia, en el chalet “Villa Luis” El Ayuntamiento de La Palma hizo constar el sentimiento del pueblo por su muerte y se acordó poner una lápida en su casa, con texto redactado por D. Ignacio de Cepeda. Dicha lápida califica a Siurot de elocuente orador, pedagogo, insigne y eximio literario, consagró su vida en constante apostolado a la educación cristiana de los niños pobres.
No pretendo aportar nada nuevo. Esto, y mucho más, está en libros, tesis, artículos de revistas... Mi idea ha sido solamente evocar su figura, su vida y su pensamiento como hombre digno de tener como ejemplo. Muchos de nosotros, como mi querido Antonio López, nos sentimos orgullosos de ser paisanos de Siurot.
Manolo Rodríguez Bueno
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