jueves, 23 de agosto de 2012

EL MITO EN LOS PINCELES








                Nos quedábamos, el pasado número, en la visita realizada al bar trianero de Nane Pichardo. El mes de Julio nos trasporta, días después, a la orilla del Atlántico, para llenarnos de azul las sensaciones que nos ofrece la visión constante del mar. Y desde nuestro apartamento costero, en la generosa compañía de mi amigo Paco Bellerín y su familia, nos dirigimos, la tarde del 19 de julio, al Monasterio de La Rábida, sobre un alcor, en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel. Un monasterio franciscano, levantado a principios del siglo XV, vinculado extraordinariamente a la gesta del descubrimiento de América.
                Allí nos aguarda el pintor y amigo, Juan Manuel Núñez Báñez, que nos introduce al interior de los claustros por puertas no habituales, en una hora de la tarde en que ya no tropezamos con visitante alguno, ni siquiera los monjes que, al parecer por el toque de campanas, rezan las horas de Visperas. El motivo de nuestra visita, es conocer las dos obras que Juan Manuel está terminando para este convento, con motivo del 600 aniversario de la Fundación Franciscana en este lugar. Sitio que me recuerda mis años juveniles en estos terrenos rabideños. Juan Manuel nos introduce por esos bellos y solitarios patios, hacia un cuarto, que él ha convertido en estudio de pintura. Un ventanal, ofrece la luz precisa para pintar, que proviene de un patio, donde, desde una verde pérgola, cuelgan racimos jóvenes de uva. Juan Manuel descorre la tela que recubre dos grandes cuadros, a ambos lados de la ventana, pero nos pide no hacer fotografías, por la razón de que no sería adecuado hasta tanto se ofrezca la oficial apertura de sus obras, que tendrá lugar, el domingo 16 del próximo diciembre, al final de una Eucarístía, a las 12 dela mañana, en los jardines delante del Monasterio. No obstante, y por tratarse de esta revista, Juan Manuel permite que fotografiemos el boceto de un gran cuadro dedicado a San Francisco de Asís, que ya tiene terminado.
                Dos cuadros realizados sobre tableros especiales, de unos 2,30 metros de alto, por 1,58 metros de ancho, aproximadamente, que conservan la línea de su gran colección rabideña, sobre superficies de distintos niveles. El primero es un cuadro conmemorativo de la visita de Juan Pablo II a La Rábida . Una composición muy vistosa y magníficamente lograda, donde la figura del Pontífice aparece de pié en el lateral derecho, con la corona de la Virgen, y con su pícara sonrisa, característica de este Santo Padre, y su mirada inteligente, como comprendiendo al mundo. La parte central  corresponde a la Virgen de los Milagros, pequeña imagen de alabastro, que recibe culto en la capilla que ha decorado en temple el propio Juan Manuel. Aparecen también el propio monasterio en perspectiva y unos frailes, así como el escudo de Palos de la Frontera y unos Ángeles que sobrevuelan el conjunto.
            El segundo cuadro es de composición más fácil, si se permite la expresión. En él, San Francisco de Asís, ocupa el centro, con un rostro aún joven, iluminado, y una mirada espiritual, que llena por sí misma toda la escena, donde hay paisaje, serpiente, símbolo del pecado, que acecha en la sombra el momento preciso, y unos cardos florecidos, que alude a los dolores físicos, al dolor terrenal, al padecimiento voluntario para alcanzar un fin positivo, y se relacionan con la Pasión de Cristo. San Francisco lleva hábito gris, como corresponde a los orígenes de esta Orden, que luego se cambiaría por el color marrón  Aparece asimismo la Tau, que es la última letra del alfabeto hebreo. que corresponde a la que en el nuestro se llama «te». Pero es también una señal o signo, todo un símbolo. San Francisco profesaba una profunda devoción al signo Tau del que habla expresamente el profeta Ezequiel (9,3-6) y al que se refiere implícitamente el Apocalipsis. En la foto adjunta, el pintor porta en su mano el boceto de este cuadro.
            Juan Manuel ha vuelto a La Rábida, concretamente en este último período una vez pasada la Semana Santa, regresando a Madrid el pasado 2 de agosto, y con interrupciones  por motivos familiares, y por supuesto, para asistir a la última Romería del Rocío, ya que corren por sus venas esta devoción que le viene de su abuelo, quién llevara a la aldea la Hermandad de La Palma en el año 1936. Por esta tradición rociera, Juan Manuel visitó La Palma el día en que nuestra carreta recorría las calles del pueblo.
            Cuando los cuadros se expongan habrá críticas más fundadas de estas obras, pero no es esa mi intención sino evocar un personaje de La Palma Mítica. Por su actualidad podíamos pensar que Juan Manuel no es parte de ese pasado de nuestra memoria antigua, pero dentro de unos años tendrá su sitio en esa Palma de gloria, pues, si no se malogra, tendrá su museo en La Palma y tendremos, para siempre, esos carteles de la Coronación de la Virgen, de la Fiesta de la Vendimia y de la Peregrinación del Rocío, conmemorativa de los 75 años de la confección del Simpecado palmerino.
                La tarde se hace corta en compañía de Juan Manuel, en aquel silencio de la tarde del estío que se resiste a convertirse en crepúsculo. Y es que nuestro amigo nos lleva al claustro, donde se expone su Galería de los Protagonistas, y allí hace algo no muy común: explicarnos cada obra con todo el detalle, que hace que nuestra admiración por este artista crezca a medida de los símbolos de cada “tablero”. Todo un prodigio de ideas previas a la realización y de técnica novedosa y depurada, que hacen del Monasterio otro de sus museos más importantes por la calidad de los cuadros en sí y por su elevado número.
                Al salir, la brisa de la ría hace los minutos más placenteros, y preguntamos a Juan Manuel por La Palma Mítica de su infancia. Y él, como palmerino, se recrea en las estampas que son su vida misma. Recuerda esa feria de ganados, que se celebraba frente a la Barriada de los Poetas Andaluces, cerca de su vivienda, frente a la taberna de Pinti, (Taberna del Pavi) que en esos días colocaba un sombrajo de palos y ramas en la puerta del establecimiento. Juan Manuel se sentaba en el suelo del balcón, colgaba sus piernas entre las rejas, mientras comía los frutos más naturales. “El recuerdo es el lenguaje de los sentimientos” decía Cortazar. Y Juan Manuel se “pierde” en evocaciones de aquel pasado donde corría en bicicleta por  el Pilar y el río, y compraba cajetillas de “Ganador”, que un día fumara casi seguido, con sus efectos propios. Recuerda Juan Manuel aquella tarde de junio, en la que tirábamos flores a la imagen del Corazón de Jesús, tras la procesión. Y también aquel teatro Yuqui, que montaba su sala cerca del Punto de San Sebastián.
                No sé si habré descrito esos momentos felices de aquella tarde del 19 de julio, pero cuando nos despedimos de Juan Manuel, aún permanecimos, un buen rato en el puerto de La Rábida, junto al Ícaro que recuerda el vuelo del Plus Ultra, y donde algunos artesanos marineros arreglaban sus aparejos, y a lo lejos, las réplicas de las Carabelas y la brisa salina de aquellos paisajes, llenos de historia que desde ahora cuentan con la gloria de un artista que nació en nuestro pueblo, para mayor gloria de todos nosotros.
                                               Manolo Rodríguez Bueno 

jueves, 5 de julio de 2012

LA PALMA MÍTICA: Con Nane Pichardo



El tiempo no es más que un tonel donde fermentan los mitos

            Me viene bien esta frase de Amin Maalouf (Premio Príncipe de Asturias 2010 a las Artes) porque hoy hablamos de La Palma Mítica, la que se guarda en la memoria y además son recuerdos que fermentan en los mejores toneles de roble nacional. La “Palma Mítica” no hay que buscarla, está dentro de cada uno, cuando convierte el pasado, vivido en esta bella población, en una dulce caricia.
            Pero, a veces, los pasos del caminante llevan hasta el lugar adecuado. Es una mañana azul. El suave poniente hace que el sol de primeros de julio sea llevadero en plena calle del célebre barrio de Triana. En la calle San Vicente de Paúl, junto a los bloques de “Los Comerciales”, un pequeño bar que lleva el nombre de su barrio. Y allí nos abrazamos Nane Pichardo y yo, aprovechando que la hora aún temprana, y por tanto con menos clientela, permite a Nane dedicarme unos minutos con más libertad.e intensidad. .
            Enseguida, saca unas botellas que llevan la etiqueta de “Vermut Pichardo”, y es que Nane sabe la importancia de sus raíces bodegueras, y además ha unido su destino matrimonial con la bellísima Esmeralda Genovés, hija de Adolfo, de otra rama bodeguera palmerina de las mejores de ese gran pasado local del siglo XX.
            Y entre vermuts y alguna copa de ese vino que llaman “vino de consagrar” (una verdadera delicia de finura), evocamos nuestro pasado por los suelos palmerinos. Ha leído recientemente el artículo del amigo José María Dabrio (Corumbel Junio 2012) y me cita aquellos juegos de niños en los alrededores de la plaza. Y aquellas “chinas”, que no eran sino trozos de suelas de goma, embadurnada en cera, para mejores deslizamientos.
            Por supuesto, me saca etiquetas de los muchos embotellados que tenían en Bodegas Pichardo, entre las que recuerdo el “Fino Rabo Conejo”, nombre de una finca de esta familia que estaba camino (entiendan carretera) de Valverde. La “Crema Blanca” tan utilizada por nosotros en los también míticos guateques de los 60/70, etc, etc… y sobre todo, el mejor vermut de hemos bebido: Vermut Pichardo”, aquel que saboreábamos en “La Cepa de Oro”, que muchos recordarán.
            Las paredes de su bar trianero están llenas de objetos metálicos de antiguas profesiones, y muchos marcos con fotos relativas a Bodegas Pichardo. Y allí nos recreamos en esa instantánea que debe ser de 1.961, cuando un jovencito Jesús Castizo Sánchez, ganaba el premio al mejor venenciador, que con los instrumentos propios de su destreza, recibe las felicitaciones de Manuel Teba Cepeda, mi recordado Manolo, un gran caballero palmerino, con el que hicimos algún que otro viaje a los Organismos Oficiales para saber cosas de los regadíos del Corumbel. Observan este histórico momento: Don Miguel Pichardo, Capataz de Honor de la I Fiesta de la Vendimia y artífice de aquellas grandes bodegas palmerinas.
            Bajo el brazo tendido de Manuel Teba aparece el rostro de su hijo Pepe, y al lado, con flequillo sobre la frente: mi querido y recordado amigo Pedro Solís, cuando aún podía cubrir su frente con cabellos de juventud. A su lado, Leal el carnícero de la antigua plaza de abastos, y más a la izquierda, miembros de la Policía Municipal: Veléz, actor espontáneo de “La Niña de Luto”, y Cárdenas, el también mítico Jefe de esta brigada local. Entre Vélez y Miguel Pichardo observo la cara joven de mi amigo Cristóbal Flores Díaz, que también es ahora trianero.
            Y por supuesto, ¡no podía faltar! aquel célebre tonel, enorme y giratorio, que se alzaba en “stands” y ferias; aquellas antiguas ferias de la calle San Sebastián, con su sabor urbano, tan céntricas y tan llenas de vivencias para muchos. Era el también mítico “Cono Pichardo” que disponía de grifo tras la barra, por donde salía lo que pidieras: fino, amontillado, vino dulce, vermut… solo con pisar el pedal adecuado o girar el mando oportuno.
            Se acerca la hora de almorzar. Prometo seguir visitando a Nane, cuando volvamos de las playas onubeses. He de cruzar Triana y llegar caminando a casa, y ya calienta el sol. Busco la sombra mínima de los pisos y los árboles de la Iglesia de San Jacinto, y llevo en mi espíritu el sabor inmenso de una época grande y feliz, aquella que compone los cuadros de mi Palma Mítica.

martes, 3 de julio de 2012

INTERÉS POR LA PLANIFICACIÓN




  La naturaleza no puede cambiar y una semilla amarga no puede dar más que frutos amargos  (Anónimo)



           Metidos en esta crisis financiera, donde crujen empresas y el déficit fruto de los desmadres de años de las Administraciones Públicas, nos olvidamos de problemas como el Estado de las Autonomías, el cambio climático, la ecología, la educación...
El modelo de desarrollo socioeconómico - nos recuerdan a cada instante - no es el adecuado para la necesaria preservación del medio ambiente, o medio natural. El calentamiento global del planeta se comprueba que es un problema de gran dimensión que cuesta bastante solucionar, a tenor de las actuaciones políticas, palpables en nuestro entorno más próximo, y a juzgar, asimismo, por los fracasos de las cumbres de países ricos y emergentes. El crecimiento de las ciudades ha destruido recursos naturales, y el desbordante urbanismo salvaje ha ocasionado problemas irreversibles, guiado por el afán especulativo y fruto de una “burbuja” que ya explosionó, dejándonos terrenos baldíos, proyectos inacabados, viviendas sin terminar y casas vacías. Toca ahora llamar a la conciencia de los gobernantes sobre la necesidad de preservar el medio ambiente, en los proyectos públicos de una gestión urbana más sostenible. El problema del respeto al medio natural donde todos vivimos choca con un handicap o monstruo habitable entre nosotros: la codicia, el afán de dinero.... Por ello se construye sin parar y se destroza la naturaleza de un modo exacerbado, necesitando de un desarrollo (que es preciso) pero sostenible, o sea, manteniendo en lo posible los elementos naturales.
              Hay que construir viviendas y arreglar las más antiguas, pero hay que limitar el crecimiento urbano a lo estrictamente necesario y no al dictado de la especulación y adquisición de activos (invertir en ladrillos) En nuestro pueblo se ha declarado urbanizable un terreno rústico, cercano a la autovía Sevilla-Huelva, donde se planea, o planeaba, nada menos que 3.000 innecesarias viviendas. Plan que la Junta de Andalucía abortó pero que el Ayuntamiento ha recurrido, con un gran coste de bufetes, y ha prevalecido la calificación de urbanizable de estos terrenos. La explosión de la burbuja inmobiliaria, como decíamos anteriormente, nos viene diariamente a la actualidad de los medios, ocasionando parones en los proyectos de la construcción y caída de los precios de las viviendas. Al final tendremos terrenos que ya han costado un buen dinero, más los del recurso judicial, para seguir, al menos de momento, siendo en la práctica “trozos de campo”.
Hay –nos dice Emilio Carrillo- que gestionar y gobernar: Gestión municipal y gobierno local (Perspectiva Doble G) “Un enfoque global e integral que aborda la gestión del ayuntamiento y el gobierno de la ciudad como dos caras de la misma moneda, persiguiendo tanto la eficacia, eficiencia y calidad en la gestión de los asuntos cotidianos y en la prestación de los servicios municipales básicos, como la capacidad de impulso y liderazgo de la ciudad, de su territorio y de sus ciudadanos, mediante procesos de alianza y concertación con diferentes sectores de la sociedad civil, para dar una respuesta eficaz a las necesidades locales de manera participativa y transparente” (E. Carrillo y J.C. Cuerda) 
 Nos interesa la información de los proyectos, que hoy se elaboran para ese futuro palmerino. Interés por la planificación estratégica (espero que nos faciliten alguna vez el Plan Estratégico de la ciudad) Planificación estratégica que vemos como una doble vertiente, pero muy relacionadas ambas: la planificación estratégica socioeconómica y la planificación físico-territorial. La primera tiene un carácter productivo, tecnológico, empresarial... y debe establecer prioridades, esfuerzos, objetivos, generación de renta y empleo hacia un programa de acciones concretos.  No me explico como estos aspectos interesan a tan poca gente, aunque sé que el desinterés ciudadano es algo que se pretende desde las instancias políticas, salvo en periodos de elecciones, en que todos salen de sus madrigueras con piel de cordero.
La planificación física y territorial debe dar respuesta al modelo de ciudad que queremos en el territorio que tenemos y responder cuales son nuestras necesidades de edificación y que demanda nuestro vecindario. Podríamos abrir la puerta con una oferta exhorbitada de viviendas sin que los ciudadanos se planteen “cuantos queremos ser”. Las ciudades dormitorios se han desbordado acogiendo a extraños que no se vinculan con la ciudad, ni con su cultura. Se ha visto el gran negocio del ladrillo hasta que ha estallado la “burbuja” de la codicia. Ciudades llenas de adosados desde donde llegar al trabajo significa un mal rato diario y los fines de semana una soledad que solo se reconforta por aquello del descanso de la gran metrópolis. Grandes urbanizaciones implican grandes y adecuados medios de transportes, buenas y abundantes carreteras, y eso es ir en contra con la tendencia actual de reducir la producción de CO2. (No olvidemos el calentamiento de la tierra, y el encarecimiento de la energía)
¿A quién, o quienes interesan grandes núcleos poblacionales?
            Cuando modelo-país y entorno divergen, o cuando no se polarizan adecuadamente los vectores de crecimiento sostenible, los países se estancan o pierden valor.



sábado, 16 de junio de 2012


HISTORIA DE UNA REVOLUCIÓN EN LA PALMA



                Hay, para mí, una Palma mítica que cuelga de la pérgola del tiempo, entre la nebulosa de la memoria, donde se confunden los hechos y los sueños. Una Palma que, desde aquel difícil año de 1.936, nos llega en noticias y escritos. Mi amigo Manolo me envía fotocopias de unos folios que, caso de confirmarse su autenticidad, fueron mecanografiados por don Rafael Salas López, el que fuera gran bodeguero palmerino, Alcalde y Presidente de la Diputación Provincial de Huelva.
            El día 17 de julio de 1936 había un gran nerviosismo y una incertidumbre por algo que se presentía estaba ocurriendo. Don Rafael Salas estaba aquella noche invitado a presenciar el funcionamiento del diario “Odiel” de Huelva, pero el director había mandado parar las máquinas y pretendía comunicar telefónicamente con diversos periódicos y hasta con el Ministerio de Gobernación. ¿Qué ocurrirá? se preguntaba don Rafael cuando a las 12 de la noche marcha para su casa.
            A la mañana siguiente, las noticias confirman que se ha sublevado el Ejército de África, pero la mañana y la tarde transcurren con cierta tranquilidad en nuestro pueblo. A las 19 horas se casa don Agustín Montes, un palmerino venerable del que muchos de nosotros conservamos unos gratos recuerdos. En la boda se habla -¡cómo no podría ser de otra forma!- del suceso extraordinario de esa fecha histórica. Dicen que en Sevilla las tropas se han echado a la calle y hay tiros. De vueltas a casa, don Rafael sintoniza la radio. A las 10 se interrumpe la emisión ordinaria y al grito de “viva España” un oficial del Estado Mayor toma la estación radiofónica y comunica que se ha rendido el Gobierno Civil, y lee una orden de Queipo de Llano por la que declara el Estado de Guerra, tomando el mando de la región y sustituyendo al general Villa Abriles.
            En su diario, don Rafael Salas nos narra que a las seis de la mañana del 19 de julio, aporrean su puerta y unos palmerinos le piden la llave de la bodega para recoger el camión que allí se guarda por orden del Comité revolucionario. La Guardia Civil, a cuyo cuartel llama, aconseja la entrega del vehículo a la autoridad legítima. Desde la oficina de teléfonos le dan la noticia de que medio pueblo es incendiado en la noche de la destrucción general: Iglesia, casino, cervecería de Cárdenas. Arden en plena calle las imágenes del Valle, y son saqueadas algunas casas. Grupos de escopeteros recorren el pueblo entre la luz de las llamas y el echarpe de la madrugada. Las naves de la iglesia parroquial se derrumban.
            El día 20 comienzan los registros de las casas de aquellos empresarios y personas conservadoras de La Palma, y se detienen a muchos de ellos. La radio da noticias confusas: hay provincias donde triunfan unos y en otras, los contrarios. Pasan caravanas de camiones llegados de Riotinto. Hasta el día siguiente, martes 21 de julio, no llegan a casa del Sr. Salas y registran también la bodega. Los revolucionarios marxistas vienen a por él, y al decir de don Rafael se portaron correctamente pero registrando cajones y mesas. Los mineros que llegan por tren disparan al aire en las cercanías de la bodega y muchos creen que han fusilado al propietario de la misma. Siguen las detenciones de personas de derecha.
            El día 22, se llevan, para servicio del comité, el coche de don Rafael, que padece de hemorroides, lo que le salva de ser llevado preso. El médico de la localidad, don Pedro Rodríguez le extiende un certificado de su enfermedad y prescribe reposo en cama. Uno de los revolucionarios llama al Ayuntamiento y pide un médico a la vez que confirma que don Tomás Salas, hermano de don Rafael, “se ha juío” Insiste en llevarse preso al enfermo pero del ayuntamiento le dicen que enviarán un médico que no llegaría nunca. Se llevan la radio, como de otras tantas casas.
Al día siguiente, jueves 23, vuelven para prenderle, pero don Rafael alega que el Comité había dispuesto la llegada de un médico. Por lo que le dejan en casa. Suena un avión en dirección a Huelva y se oyen, de nuevo, múltiples disparos hacia el aparato volador. Al rato, vuelve de nuevo y arroja varias bombas en los alrededores del pueblo, ocasionando la huida al campo de algunos palmerinos. Por la noche se corta el suministro de luz eléctrica y se dispone un reducto con colchones y almohadas, esperando nuevas visitas. El día 24 vienen a llevarse una bicicleta y dicen que han cortado la carretera de Manzanilla y en nuestro pueblo se hacen trabajos de fortificación y trincheras, mientras pasan insistentemente camiones blindados de Riotinto.
            El día más trágico fue el domingo, 26 de julio. De nuevo, aviones cruzan el cielo en la mañana, en vuelo bajo. Los escopeteros huyen y en la casa de nuestro protagonista se refugian más de 30 que se tiran al suelo, mientras un artefacto, o una bala, rompe y vacía el depósito del agua, con gran estrépito. Parece que la casa se hunde, pero la acción más cruel tiene lugar en la cárcel donde están presos los que se supone serían partidarios del golpe militar. En las celdas arrojan bombas y cartuchos de dinamita, disparando a los que salen al patio. Mueren 16 personas y otros quedan malheridos. El avión sigue arrojando bombas, una cae en la bodega de Pichardo y otra en la iglesia.  Hasta el siguiente, el avión prosigue su bombardeo. De nuevo recogen la llave de la bodega Salas para ocultar los camiones, mientras se oye fuego de metralladoras. Al mediodía de aquel lunes, llaman a la puerta de nuevo. Son falangistas y un Guardia Civil de las tropas de Carranza, al grito de “viva España”, que han entrado en La Palma por la carretera de Bollullos, mientras se acerca el Tercio de la Legión por la carretera de Villalba, al mando del Comandante Castejón. Fue el final de una revolución en La Palma.
                Todos estos relatos que ahora leo en unos folios mecanografiados, forman parte de esa Palma antigua, mítica de entonces, de la que recuerdo relatos de niño, de unos y otros. No es un mito, sin embargo, este episodio del 36, que nos llega a través de esa narración escalofriante del Sr. Salas, situada en ese tiempo difícil, protagonizada por personajes reales, y más interesante si viene de la mano de su autor, y de la que todos debemos sacar la conclusión unánime de que no deberíamos permitir que volviera a suceder nunca.
            No fue un mito sino una cruel realidad en la que perdieron la vida unos, dejando en la tristeza a otros muchos, sean del bando que sean. Nunca más la muerte de la mano que venga. La Palma, un lugar privilegiado, merece vivirse en paz.



miércoles, 21 de marzo de 2012

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BOLONIA, LA CIUDAD ROJA

En el norte de Italia, la ciudad de Bolonia es conocida como la Ciudad Roja. En primer lugar por el color de sus fachadas y techumbres, y además por ser un núcleo importantísimo del Partido Comunista Italiano. Desde 1946 hasta 1999, está ciudad ha tenido un gobierno comunista. Pero Bolonia es algo más: es el centro de comunicaciones más importante de Italia, con cuatro autopistas y una estación de ferrocarril que es la primera de Europa en cuanto a número de pasajeros.



     Además de sus monumentos, Bolonia destaca por tener la universidad más antigua de Occidente, donde estudiaron Dante, Petrarca, Thomas Becket, Erasmo, etc. Allí se levantó el selecto Real Colegio de España, antes incluso que a nuestro suelo patrio se le llamara España. Estamos hablando que este Colegio de España se abrió en 1369. Pero hay más: Bolonia es la sede de la exposición de automóviles mayor del mundo (Motorshow), en su término se encuentra la fábrica de Lamborghini y Ducati, y por si fuera poco de aquí es la salsa boloñesa, ideal para la pasta fresca que puede adquirirse allí. Tienen fama los soportales de Bolonia, que hacen más agradable su paseo tanto en días calurosos como lluviosos, o nevados (aquí suele nevar) Tiene 50 km de soportales y solo en su centro urbano se miden 37 km. Por si fuese poco, dispone del segundo casco medieval más grande de Europa, después de Venecia.


     Allí llegamos cuando estaba próxima la llegada de la primavera. Desde el hotel Tre Vecchi se contemplaba la fachada del teatro “Arena del Sole”, el mayor de Bolonia. Su centro está lleno de cosas interesantes: la iglesia de Santo Stefano, el duomo de San Petronio, que no llegó a completar de mármol su fachada, la catedrale de San Pietro, la Piazza Maggiore y el Archiginnasio, que no es un centro deportivo, sino una biblioteca municipal y antigua sede de la veterana Universidad. Digna de ver es el aula de madera donde se realizaron los primeros estudios de anatomía humana, conservándose la piedra de mármol donde se diseccionaban los cadáveres para su estudio.

     Los nobles levantaban elevadas torres para demostrar su poder. Se conservan las dos famosas torres llamadas Garisenda y Asinelli, con un notable grado de inclinación. Ciudad de estudiantes, es normal encontrar muchos jóvenes hablando nuestra lengua.

    
 

                 
     

sábado, 10 de marzo de 2012

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El Guadalquivir se muestra distinto en Córdoba. Discurre poco profundo junto al restaurado puente romano, que desde la torre de la Calahorra nos sumerge en la maravilla de su centro histórico. Tiene el río isletas con arboleda, una vieja noria de madera, molinos y patos. En el puente una improvisada imagen, al aire libre, de San Rafael, donde los cordobeses colocan velas petitorias.
            El día es radiante, caluroso para la fecha en que estamos, y es que el otoño no acaba de llegar climatológicamente hablando. Una vez cruzado el puente, una columna alta sostiene, de nuevo, al Arcángel que mira a la ciudad, dando la espalda al río. Esta zona es concurrida, los turistas le hacen un cinturón a la catedral, la antigua y conocida Mezquita, un cuadrado de más de 24.000 metros cuadrados.
            El patio de las purificaciones es grande, con naranjos, acequias y fuente. La entrada normal es de 8 euros por persona, y el templo es una mezcla de elementos del arte musulmán y de las modificaciones posteriores por parte de los reyes y jerarquías cristianas. Esta mezcla de estilos, o si lo quieren de elementos de dos creencias religiosas, no fue bien vista ni por el Rey Carlos V, pero lo cierto es que los musulmanes edificaron su mezquita sobre una iglesia cristiana dedicada a San Vicente.   
            Hay columnas, muchas columnas, unas 850, de mármol, y también de granito y algunas de jaspe. Todo un espectáculo de arquerías, con sillería blanca y roja, de herradura y arcos superpuestos. En el exterior, sus calles estrechas, con tiendas de souvenir, flores y turistas, y una tuna sobre una terraza de bar canta sus melodías bajo el sol del mediodía.  En la calle Lineros, las Bodegas Campos ya no tenían mesa para almorzar, pero sí en la parte de bar. Parecía que toda Córdoba se iba dando cita en este restaurante, hasta una boda iba amontonando gente en los salones del interior. Vimos pasar a un invitado conocido: Manuel Chaves González.



            La cola de toro, o el arroz con cola de toro, las patatas cortijeras con chorizo hacen las delicias del transeúnte, que todavía tiene ocasión de visitar el interior de la bodega, donde han firmado sobre la barrilería, personas del linaje más aristocrático español. 
            El paseo por la plaza de la Corredera, nos recuerda otras plazas mayores, cerradas y porticadas. Casi toda esa enorme plaza la poblaban gente joven, sobre mesas y veladores de mesones cordobeses. Pasando junto a las altas columnas de un antiguo templo romano, llegamos hasta la plaza de las Tendillas, donde reposamos con una copa de helado y esa sombra maravillosa, dando vista a la escultura ecuestre del Gran Capitán, mientras un rasgueo de guitarra nos advertía que eran las 4 de la tarde.
            Volvimos al río, cerca de las 6 de la tarde y emprendimos camino a casa, por una cómoda autovía, con un sabor dulce por aquel encuentro, que hace ya tiempo no habíamos hecho. Córdoba: quedan siempre ganas de volver.

miércoles, 7 de marzo de 2012

EL CENTRO DE ESTUDIOS PALMERINOS

RESPUESTA A LAS PREGUNTAS:
¿Que opinión te merece la idea de crear una Semana de Estudios Palmerinos y un Centro de Estudios Palmerinos en la Biblioteca Municipal? (Programa electoral del PP en las últimas elecciones municipales)


Martín L. Lagares:
Esa pregunta no tiene más que una respuesta posible. Nuestro pueblo está muy necesitado de una puesta en valor seria y coherente de su cultura, historia, personajes, tradiciones, patrimonio y un largo etc....
Manuel Ramírez Cepeda:
La idea no es mala...
Rocío Moreno Domínguez:
…, la creación de una semana de estudios palmerinos me parece muy buena idea pero me tendrías que explicar un poco más el proyecto para poder ponerlo en conocimiento del Carlos Soriano, concejal de educación. Con  respecto al centro de estudios, pronto inauguraremos el antiguo juzgado rehabilitado que va a tener una función educativa primordialmente, puesto que está contemplado un aula de formación continua, homologada para dar formación, un aula de la experiencia, los talleres de inglés, el cubre espacio joven, el aula guadalinfo y la escuela de adultos entre otros.
Carlos Soriano García:

Dada la pregunta que me ha hecho llegar sobre el centro de estudios palmerinos y su semana de estudios, le informo que los técnicos y mi persona estamos trabajando en este proyecto para que se asienten unas bases sólidas donde sustentarse y consolidarse en años venideros.

José Mª Dabrio Pérez
 
¿Que qué opinión me merece? En principio me parece estupenda idea.




 

martes, 6 de marzo de 2012

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Asturias: verdes sus suelos y blancos sus cielos. La bruma del Cantábrico, el suave orbayu del fresco verano, la niebla que cae y se levanta, sus frescos ríos caudalosos… las noches de julio bajo las mantas. ¡Asturias, en añoranzas!


Solo el aroma de sus verdes prados, con sus tranquilas vacas pastando e ignorando al caminante, te consuela de esa añoranza de luz del sur, del Atlántico de bahías gaditanas y costas junto a Doñana. 
Subes hasta los duros Picos de Europa, y buscas esa ermita de la roca, agreste y húmeda: la Santina  se yergue junto a los restos de la tumba de Don Pelayo, y el sabor a mar de los puertecitos de la alta costa se enjuagan con la sidra, que hay que hacerla caer alta para que se oxigene y pierda acidez.


Prado y mar, gente noble, ganaderos y pescadores, de esa tierra tan regada y frondosa, con sus pueblos en empinadas laderas hacia la mar, que solo se abre en pequeñas y frescas calas.
¡Asturias: “si yo supiera cantarte”!!

SENTIMIENTOS DE SEMANA SANTA.


                                                                                                              Parece que en un trueque de pasión,
                                                                                                                     el corazón se trae, roto, el nido;
                                                                                                           y que se queda en el nido, roto, el corazón
                                                                                                                          (Juan Ramón Jiménez)

Por fortuna estoy corporalmente a muy poca distancia de mi cuna. Esto me permite confundirme con mis paisanos cada vez que tengo oportunidad. Visitar en el tiempo frío de diciembre los portales de Belén, o en la calurosa noche de agosto ver pasear a la célica imagen de nuestra Patrona, la bendita Virgen del Valle. Por supuesto, aquí estamos también cuando la primavera nos pone alegres y cruceros, saboreando un buen plato de habas con poleo.
No me arrastró la corriente del destino ni muy lejos, ni a una tierra de gran diversidad con mis orígenes. Tenemos que hablar de Semana Santa, pues para eso estamos en una edición casi monográfica. Todos saben que los palmerinos cofrades suelen beber de esa fuente de devoción y de arte que representa la Semana Mayor de Sevilla, y algunos visten las túnicas de hermandades hispalenses, conocen a la perfección las imágenes que procesionan, los templos y capillas de donde parten sus cortejos, sus recorridos y horarios. 
Cada vez que me dispongo a escribir en alguna revista palmerina, retomo lo que llamo mi ultraligero blanco y pongo rumbo oeste, a través del Aljarafe, siguiendo el impulso de un viento sofocante, apasionado, tórrido de siestas veraniegas. Vientos de levante, que me recuerdan aquellos aires que, desde la Pescadería llegaba hasta la puerta de la casa paterna, por la mañana, con olor a aceite de calentitos de Concha, y cafés de Fernando y de Padilla.
Con este texto que pretendo hoy enviarles, abusando de la generosidad de ustedes, ocurre lo que tantas veces acontece en mi interior. Me transporto, entre la memoria y la imaginación, a esta tierra, a este suelo, pero sobre todo a este sentimiento que compartimos los que nos llamamos palmerinos, bien porque hayamos nacido aquí o porque nos sintamos tan vinculados a este pueblo, por amor y compenetración con sus tradiciones y su forma de vida, como puede estarlo el que fue parido en la alcoba materna, sin conocer más hospitales, ni más cuna que la que usaron sus ascendientes durante generaciones.
Pero el escritor, en mi caso escritor aficionado de pueblo, sufre una especie de metamorfosis desde que se sienta delante del teclado hasta que se levanta. Es la soledad física que te rodea. No sería posible escribir entre un barullo humano. La soledad que sentíamos antes al ver unos folios en blancos, o ahora una pantalla vacua, donde tienes que grabar unos sentimientos hechos palabras. Palabras escritas que han de ser leídas no se sabe por quién. Palabras que vienen encadenadas a recuerdos, y los recuerdos son el lenguaje de los sentimientos. Sentimientos y recuerdos que te desgarran el alma en ocasiones, porque son tiempos idos como también marcharon muchos de nuestros seres queridos y muchas situaciones que vivimos con una especial circunstancia que se nos antoja irrepetibles. Porque irrepetible es la niñez, porque irreversible es la juventud, corriendo por la rampa que, días antes del Domingo de Ramos, colocaban ante los escalones de la puerta principal de la iglesia.
Tenemos que hablar de Semana Santa, ya lo sé. Pero no entiendo este periodo anual sin sentimientos, como si éstos fueran esas ramas de enredaderas que van abrazando el tiempo a medida que ascienden por el camino de tu vida. No es posible hablar de Semana Santa como si hubiéramos visto los primeros pasos, y las primeras imágenes, anteayer.
Oímos expresiones elogiosas al arte que rebosan nuestros pasos, mecidos entre la grácil silueta de una torre esbelta y el perfume sutil del azahar. Son personas venidas de fuera, de otros países, que se sorprenden de ver algo insólito para ellos, y aprecian la armonía del arte, el labrado de una canastillas, el cincelado de unos varales, el movimiento de unas bambalinas al compás diletante de una sentida marcha procesional, se extasían contemplando una cara de Virgen guapa, o se emocionan admirando un rostro hermosamente muerto de Cristo, prendido de una cruz. Eso será sorpresa, serán logros de la gubia de un artista, será ritmo compartido de una cuadrilla bajo el paso, será lo que será... ¡pero la verdadera Semana Santa, palmerinos, hay que aprenderla de la mano de unos padres, que te cogen cuando cansados esperan en una esquina, y te llevan arriba junto a su pecho y te hacen sentir lo que ellos sienten! ¡Hay que aprenderla cuando te levantan de la cama de madrugada y te ayudan a vestirte con la ropa de acólito y aspiras, entre los primeros rayos de la mañana, el humo del incienso que todo lo envuelve en matices de luz distintos! ¡Hay que aprenderla cuando después de degustar una torrija casera te vas calando el capirucho, coges el cirio, y te diriges hacia la iglesia, donde te esperan tus imágenes! ¡Hay que aprenderlo viviendo, hay que sentirlo si tu padre te enseña con su ejemplo, a ponerte una túnica o un costal, a ponerte en las filas o debajo de una trabajera, y hay que aprenderlo viendo la cara de Cristo, a punto de darlo todo por la humanidad, por amor, sufriendo con Jesús en el momento de su Pasión, y tienes que aprenderlo a base de lágrimas que no se contienen cuando ves aparecer en el dintel de la iglesia, una cara dolorosa, que se hace bella porque bella es la bondad y hermosa es la gracia que Dios pone en la que es Madre de su Hijo y de la Humanidad! ¡Hay que aprenderlo viviendo y sintiendo, tradición heredada de generaciones que saben emocionarse ante la fe de Cristo hecho Hombre, y hay que aprenderlo portando en el pecho ese escudo invisible de palmerino que lleva interiormente a gala ser cofrade y cristiano!
Entre la bruma de los recuerdos conservo en el fondo de mi corazón la vieja oficina de mi padre, donde se repartían las túnicas a los hermanos de Padre Jesús, antes de que dispusieran del local del piso que está junto a la ermita del Valle. No puedo remediar cierto temblor de mi pecho al revivir aquellas noches en que Pepe García, el practicante, aparcaba su bicicleta en la puerta de la casa de mi padre, y se sentaba, mientras cenábamos, a la izquierda de mi progenitor. Un vaso de vino y un platito de lo que hubiera de cena aquel día: Allí se hablaba, noches y noches, de los pasos, de las bandas de músicas, del cura que vendría a predicar el quinario de Padre Jesús, de los cirios, de las insignias, del altar de culto... ¡No se aprende la Semana Santa siendo un advenedizo más, se aprende aceptando una tradición, y se aprende viendo a tu padre marchar a la casa de Ejercicios Espirituales de Huelva o al Sagrario la noche del Jueves Santo, hasta que llegaba la hora de recibir a la banda de la Cruz Roja, y ponerse su túnica morada para acompañar la donosura de la Virgen del Socorro, hasta que el sol calentaba la mañana, empezaba a picar el capirote blanco, y desde el balcón del añorado Alejo, caía el clavel de la última saeta. ¡Que lástima que durante tantos años le dedicara tantas horas a su Hermandad, y no haya tenido ni siquiera un gesto tras su entierro! Aunque, parece que las cosas cambian y esta nueva Junta de la cofradía del Valle está dedicando más atención a su patrimonio humano, y dispensan el pésame y el reconocimiento a los mayores en la festividad gozosa de la Epifanía. ¡Enhorabuena, señores! 
Dice Carlos Colón que la Semana Santa tiene una religiosidad de tipo oriental, cuerpo barroco, sentimiento romántico y gracia costumbrista.  No podrán entender este tiempo quién no haya rezado alguna vez ante una situación angustiosa, quién no se haya emocionado ante la figura agonizante de un Hombre, figura encarnada del Todopoderoso lleno de amor. No podrán vivirla plenamente quienes no sean unos enamorados del verismo peculiar del barroco, ni aquellos que, reconociéndose románticos, tengan prejuicio de acercarse a las cosas que la tradición costumbrista nos ha puesto cerca para su admiración y deleite.

miércoles, 29 de febrero de 2012

LA PASIÓN SEGÚN SEVILLA ( III )




             Ya tenemos a Cristo clavado en su cruz en el suelo y elevado hasta la vertical por cuerdas, en la Hermandad de la Exaltación que pone sus pasos en la calle el Jueves Santo. Pertenece a la parroquia de Santa Catalina, actualmente en obras de restauración y durante unos años procesiona desde la iglesia de Los Terceros. En el paso, además de dos romanos a caballo (por lo que se le conoce por la cofradía de los caballos) aparecen por primera vez los dos ladrones que fueron ajusticiados con Cristo: Dimas y Gestas. La autoría de la talla de Jesús corresponde al taller de Pedro Roldán, los ladrones a su hija Luisa, y el resto de la composición a varios autores. Una vez clavado en la Cruz, Sevilla contempla con emoción y devoción las esbeltas siluetas de Cristo con sus brazos extendidos, pronunciando sus palabras (siete frases, autor Felipe Martínez) que se rememoran en la Parroquia de San Vicente, de la que ya hemos escrito antes. Cristo tiene sed en el barrio de Nervión, paso de Miércoles Santo de la Parroquia de la Concepción, cuya talla es de Luis Alvarez Duarte. Dieron de beber a Jesús vino con hiel. Él probó pero no quiso tomarlo. Todavía tiene vida Jesús para perdonar a un ladrón arrepentido: San Dimas. La hermandad de la Conversión del Buen Ladrón sale el Viernes Santo de la Capilla de Montserrat, plaza de San Pablo, una imagen de Juan de Mesa. Este enorme paso lleva tres crucificados: Cristo y los dos ladrones.
Jesús a punto de morir por las ca1lles de Sevilla, mira al Cielo y encomienda su espíritu al Padre, Hermandad de Santa Cruz, paso neogótico con imagen de Pedro Roldán que procesiona el Martes Santo. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó: "Elí, Elí, lemá sabactani", que en arameo significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", según los evangelios de Mateo y Marcos. Las palabras finales de Jesús difieren en los otros dos evangelios También hay diferencia entre los evangelios en cuanto a qué discípulos de Jesús estuvieron presentes en su crucifixión: en Mateo y Marcos, son varias de las mujeres seguidoras de Jesús; en el Evangelio según San Juan se menciona también a la Madre de Jesús y al "discípulo a quien amaba" (según la tradición cristiana, se trataría del apóstol Juan, aunque en el texto del evangelio no se menciona su nombre)
El costado de Jesús es abierto por el romano a caballo, de la cofradía de la Lanzada, que procesiona el Miércoles Santo de la Parroquia de San Martín. Cristo de Antonio de Illanes. Lanza que también se clava en el barrio del Cerro del Águila, Martes Santo, Cristo del Desamparo y Abandono de la Parroquia de Los Dolores, tallado por Francisco de Ocampo y un conjunto de Juan M. Miñarro. En el primer paso del Cerro, Cristo muerto en la Cruz, frente a Él, el Centurión, en presencia de un sayón y dos soldados romanos, dice tras verle expirar "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc. 39)"
De la espalda del Teatro de la Maestranza (Capilla  de Dos de Mayo) sale la Cofradía llamada de las Aguas: El primer «paso» representa la muerte de Cristo en el Monte Calvario. Al pie del Santo Madero, la Imagen de Nuestra Madre y Señora del Mayor Dolor, obra de José Romero Murillo del año 1944, María Magdalena, de Luis Alvarez Duarte (1 998), y un Ángel tallado por Juan Abascal Fuentes, en el año 1962, que arrodillado simboliza recoger en un cáliz, la Sangre y el "Agua" que mana del costado de Cristo. San Juan Evangelista, es obra de Luis Alvarez Duarte, del año 1973. Hay otra hermandad con tres crucificados y con salida el Viernes Santo desde la capilla de la Carretería: Cristo de la Salud: El misterio representa las Tres Necesidades –escaleras, sábanas y sepulcro- En él aparecen: Cristo crucificado y muerto, la Virgen de la Luz, San Juan, las Tres Marías, los Santos Varones así como las imágenes del Buen Ladrón y el Mal Ladrón. Tras crucificarlo, los soldados se repartieron sus vestiduras. En la cruz, sobre su cabeza, pusieron un cartel en arameo, griego y latín con el motivo de su condena: "Este es Jesús, el Rey de los Judíos", que a menudo en pinturas se abrevia INRI ("Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum", literalmente "Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos")
La imagen de Jesús en la cruz procesiona entre el fervor de una expiración reciente. Cristo con sus ojos ya en blanco en Triana de nuevo, Iglesia del Patrocinio: Cristo de la Expiración, llamado “El Cachorro”, del Viernes Santo, cuyo autor es Francisco Antonio Ruiz Gijón (1682) Expiración que se retuerce en el Madero por el Museo de Bellas Artes: Cristo de la Expiración, de Marcos Cabrera, que procesiona el Lunes Santo. Cristo al que piden salud por San Bernardo, el barrio torero, de Andrés Cansino con salida el Miércoles Santo. Cristo de los Javieres, desfilando con seriedad el Martes Santo, desde la calle Feria, Parroquia de Omnium Sanctorum: Cristo de las Almas, de las almas sevillanas que le acompañan bajo el antifaz de la penitencia. Un Cristo de José Pirés Azcárraga. Cristo viejo, antiguo, de la Parroquia de San Pedro para su salida el Miércoles Santo: Cristo de Burgos, de Juan Bautista Vázquez, el Viejo. Y aún más antiguo, de autoría desconocida, gótico desde la Capilla del Dulce Nombre: Cristo de la Vera Cruz. Cristo exangüe o de la Sangre que procesiona en la Hermandad de San Benito el Martes Santo, obra de Francisco Buiza. Y sigue en su Cruz salvadora de la Hermandad de Los Negritos, el Cristo de la Fundación, de Andrés Ocampo, que se puede ver por las calles en la tarde del Jueves Santo desde la Capilla de Los Ángeles. Cristo con su pecho rígido de muerte, que sale el Miércoles Santo desde el Convento franciscano de San Antonio de Padua, una imagen de Sebastián Jiménez que lleva por título Cristo del Buen Fin. Cristo muerto en su Cruz en la Madrugada sobre paso de caoba y hachones de color tiniebla, dibujando su figura serena ante el dintel de la iglesia de la Magdalena: Cristo del Calvario de Francisco de Ocampo, y Cristo muerto por Amor, en la Colegiata del Salvador, sobre un pelicano en su trasera, obra espléndida de Juan de Mesa para la noche del Domingo de Ramos. Y Cristo de la Buena Muerte en la Parroquia de San Julián, llorado por la Magdalena de rodillas a sus pies también en Domingo de Ramos. Y Buena Muerte pregonan las aulas de la Universidad, figura serenísima y perfecta de Juan de Mesa, que procesiona el Martes Santo de la Capilla muy próxima al Rectorado de Sevilla.
Ha muerto ya en su Cruz y hay que bajarle del mástil del Calvario sevillano. Un seguidor de Jesús, llamado José de Arimatea solicitó a Pilatos el cuerpo de Jesús la misma tarde del viernes en que había muerto. Lo desclavan y con unas sábanas descienden su cuerpo inerte en la Parroquia de la Magdalena. Es Jueves Santo cuando en silencio avanza por San Pablo el paso de la Quinta Angustia de Pedro Roldán e igualmente pende de la Cruz el Cristo de las Cinco Llagas de la iglesia del Colegio salesiano de la Trinidad, obra de Luis Alvarez Duarte para la tarde del Sábado Santo.
Ya tiene María a su Hijo en su regazo. Figura de la Pietá que se contempla en la Hermandad del Baratillo, en las cercanías de la plaza taurina de la Maestranza. Figura de una Madre joven que esculpiera, para la Capilla de la Piedad, Luis Ortega Bru (talla de Cristo) y José Fernández Andes (talla de la Virgen) Cristo es trasladado, envuelto en una sábana, a un sepulcro excavado en la roca. La Hermandad de Santa Marta, Parroquia de San Andrés tiene un maravilloso conjunto para evocar este traslado, con un Cristo de Ortega Bru e imágenes de éste artista y de Sebastián Santos Rojas, que procesiona el Lunes Santo. Antes de ser enterrado, se procede a su mortaja. Así Sevilla compone su cuadro de figuras en el Convento de la Paz para el Viernes Santo. “Nuestro Padre Jesús Descendido de la Cruz en el Misterio de su Sagrada Mortaja” de Cristóbal Pérez (1667) e imágenes del círculo de Roldán.
El Sábado Santo todo se hace solemne ante el Santo Entierro de Cristo, desde la Iglesia de San Gregorio. Una talla encerrada en urna neogótica, atribuida a Juan de Mesa. Cubrió el sepulcro con una gran piedra. Según el Evangelio según San Mateo (no se menciona en los otros evangelios), al día siguiente, los "príncipes de los sacerdotes y los fariseos" pidieron a Pilatos que colocase frente al sepulcro una guardia armada, para evitar que los seguidores de Jesús robasen su cuerpo y difundieran el rumor de que había resucitado. Pilatos accedió. Los  evangelios relatan que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día después de su muerte y se apareció, según Sevilla, en la Iglesia de Santa Marina, con una talla de Francisco Buiza que marca un amanecer de esperanza para esta celebración de la Pascua que pone su punto final.
                                                                             
                                                                                     MANOLO RODRÍGUEZ BUENO

domingo, 26 de febrero de 2012

La Pasión

Ya metidos en Cuaresma, publicaremos mi miniserie "La Pasión según Sevilla" (3 capítulos).

sábado, 25 de febrero de 2012

SITIOS RECOMENDADOS



A orillas del Tajo se nos resiste pasear por Aranjuez sin acordarnos del maestro Joaquín Rodrigo. Y es que Aranjuez es un concierto de formas: la magnificencia de las Casas Reales de Austria y sus jardines. Es Patrimonio de la Humanidad, título concedido por la Unesco en 2001, y anteriormente Real Sitio, título este último dado por Felipe II, quién mandara construir el palacio, en cuya traza intervino Juan de Herrera, entre otros. En el siglo XVII sufrió varios incendios, y hasta un célebre motín. En Aranjuez abdica Carlos IV a favor del tristemente célebre Fernando VII. Pero Aranjuez es contraste de ánimos, pues después de comprobar el derroche de los reyes, se puede encontrar el relax de sus jardines, sus fuentes, su arboleda…
Y a orillas del Tajo localizar un restaurante, por cuya cristalera ver pasar los barquitos turísticos, mientras disfruta de una buena compañía y hasta puedes tener suerte que te sirvan un vino de Castilla la Mancha que te acompañe un buen bocado.

jueves, 16 de febrero de 2012

Raíces perdidas

                                                                     Relato breve de Manuel R. Bueno     

   Algo saltó delante de Jesús. Buscó entre la tierra granulada y oscura, entre la seca broza y los restos de comida. Un saltamontes acechaba los movimientos a su alrededor; sus patas, espinosas y enjutas, flexionadas para un nuevo salto, lo mantenían, de momento, en mortecina quietud. Jesús cogió un terrón de tierra, se lo arrojó encima y el saltamontes respondió con un nuevo brinco, separándose otros tres metros, mientras la atmósfera se irisaba con el calor de agosto y secaba, cada día más, la hojarasca que habían colocado sobre el chozajo, que servía de cobijo a los obreros agrícolas, y donde se depositaban el pequeño barril, con boquilla de caña, para beber, y algunas alforjas sucias, entre los aparejos de esparto y piel o el hornillo de madera, para majar el tomate y el pan.    
El pueblo blanco y apacible se situaba al fondo, como en el lienzo de un artista plástico. La torre sobresalía en el conjunto de casas bajas con tejas marrones, llenas de verdina, y algunas palmeras esbeltas y trémulas. Jesús esperaba el mediodía para oír el sonido lejano de las campanas, anunciando la víspera del festejo patronal.
José se acercó, escardillo al hombro y un pañuelo de cuadros oscuros al cuello, con el que secaba el sudor espeso y caliente.
-          ¡Menos mal que mañana es fiesta! – dijo mientras levantaba, con sus manos rugosas y encalladas, el barril de agua y daba varios tragos. El último lo escupió a la reseca tierra absorbiéndola al instante. - ¡Maldita sea! – añadió, pasándose ahora el pañuelo por la boca - ¡Ojalá, pudiera hacer un pozo aquí, o que cayeran chuzos durante tres días! ¡La tierra quiere agua, no hay una mata en condiciones...! – dijo sentándose sobre los aperos.
-          ¿No hablaban algo de unos regadíos? – contestó Jesús.
-          ¿Regadíos? ¿A quién le importa el campo? ¿Al Gobierno? – y escupió con fuerza al escabroso terreno.
-          Hay sitios en los que han hecho pantanos para regar –
-          Aquí nada de nada. ¿Desde cuando no vienes a las fiestas? – preguntó José
-          Ya hace, al menos, unos diez o doce años –
Tenía en su mente el recuerdo de la niñez, sus días en el campo, la caída del sol, las bestias de la faena agrícola, los juegos con Tomás, la alegría de imaginar un hermoso corcel cuando llevaban por montura viejas mulas, que solo acertaban a acelerar torpemente su paso por las tierras llanas alrededor de las eras. ¡Si pudiera trazar cada cual su destino, si se pudiera echar atrás y corregir un rumbo equivocado...!
Después de un corto silencio, Jesús preguntó:
-           ¿Cuál eran las tierras de Tomás Carranza? -
-           ¿Las de Tomasito?: Aquellas del girasol, las que llegan hasta aquel cañaveral...
Tomás, al final, tuvo suerte. El señorito lo acogió en su casa, meses después de que el único hijo de éste falleciera de una temible y rápida enfermedad. Desde entonces, Tomás fue ocupando el espacio vacuo en aquel hogar, pudiente e inmenso, con patios, corrales, cuadras, azoteas... Lo peor fue la depresión nerviosa que tuvo que soportar durante una larga temporada.
José se levantó y llevó unos aperos hasta el Lanz Rover que tenía cerca del camino. Esto era señal de que había que levantar el sitio y marchar para casa, antes que el sol calentara aún más de lo que ya lo hacía en aquel momento.
-      ¡Pues, hala... nos vamos! – dijo José poniéndose al volante y girando la llave de contacto. El motor dio un fuerte rugido mientras José apretaba el pedal del acelerador y el tubo de escape exhaló una bocanada de humo. Luego cerró la puerta, y Jesús se sentó a su lado. José encendió un cigarrillo y sin apartarlo de sus labios, metió la velocidad y arrancó. Un rastro polvoriento siguió al auto hasta la carretera, y Jesús siguió recordando:
Tomás había tenido relaciones sexuales con Esperanza, la sirvienta del hogar, mayor que él, pero cuyo cuerpo enloquecía a su joven amigo. Algunas veces se lo contaba a Jesús (incluso en una ocasión llegó a ser testigo). La había tocado en ciertas ocasiones debajo del delantal, y hasta había palpado los pechos de la muchacha. Jesús le envidiaba, se sentía incapaz de tentar la suerte acosando a una mujer. Tomás era otra cosa, más lanzado, más atrevido y por eso tenía más suerte con el género femenino. Se lo contaban casi todo: se fue produciendo, entre Tomás y la sirvienta, una mayor confianza y habían llegado a la unión carnal. ¡Aquellos tiempos eran distintos!
Llegados a la carretera José imprimió velocidad hasta el pueblo, donde se disparaban cohetes con aires de fiesta. Algunas calles aparecían engalanadas, con banderitas de colores y en algunos balcones se desplegaban ya las colchas y demás colgaduras.
-          ¿Qué hace ahora Tomás? –                                                                                                        
-          ¿Tomasito?: Vivir del comercio que le dejó el difunto don Andrés. Tiene varios hijos, se casó con una buena muchacha.-
-          Espero verle estos días.-
 Nadie debía saber que llegaban a copular en la soledad de los trasteros de la casa, pero un día Esperanza vino con la sorpresa de estar embarazada. Aquello fue un duro golpe para Tomás, se sintió culpable, atrapado por la situación, y hasta temió, fundadamente, que iban a ser despedidos tanto él como Esperanza. Tuvo una fuerte crisis y después nadie sabe ya que fue de la sirvienta, que retornó a su pueblo de origen, ni de su falsa alarma de estar preñada. Poco a poco, Tomás volvió a ser el mismo, aunque algo tocado por los incidentes y la medicación. Todavía andaba por el pueblo, entre tierras y propiedades que heredó de su padre adoptivo, y la tienda que ya le dijera José.
Al día siguiente, Jesús despertó y escuchó los sones de una música distante pero que se percibía con sonora precisión.
-          ¡Ah, las fiestas! – dijo mientras buscaba una nueva postura en la cama para seguir un rato más sobre ella. El pasacalle se hacía más cercano y los saxofones y las tubas entonaban alegres pasodobles con sabor taurino. Escuchó también la voz de José, que debía estar ya levantado y listo para lanzarse a la calle en su jornada de descanso.
Lentamente se echó abajo de la cama e instintivamente acarició su anillo de boda, como lo hacía desde algún tiempo. Laura ya no estaría más a su lado, enterrada en aquel desconocido cementerio, donde las lápidas vecinas llevaban nombres extraños de gente de las que nada se sabía. El cementerio de su pueblo era distinto. Allí estaba la tumba de sus padres, cerca la de los tíos e incluso recibió cristiana sepultura el primo de su padre, el de la bodega, el tío Cristino, que se arrojó al pozo del patio central, cerca de donde los carros aguardaban para pesar la uva y ser molida con la nueva maquinaria que había adquirido, y que le llevó a la ruina al no darse debida salida al mosto de aquellos años.  
Tardó un rato en salir de aquella habitación. En un rincón, una palangana lacada o improvisado lavabo, sobre armadura de hierro, le sirvió para refregarse la cara, después de verter un poco de agua con ayuda de la cubeta de latón con el asa algo magullada. Luego se mesó la cabellera con un peine de carey, contemplando levemente su rostro a través de las estrías del desgastado espejo. La vieja cama de madera, con cabezal de palillos torneados, y un crujiente ropero, cuya puerta se abría con dificultad, eran, junto a una mesita de noche, los escasos muebles del cuarto habilitado para alojarle. Al salir, el podenco, echado sobre la estera del comedor, levantó, sin entusiasmo, la cabeza, y después de pasar Jesús, volvió a su dormidera habitual. En la cocina, su hermana Nati salaba trozos de carne, con diminutas partículas de ajo y hojas de laurel seco, junto a un barreño donde flotaban patatas troceadas y sin piel.
-          ¿Cómo has dormido? – preguntó la cocinera familiar.
-          Bien, ¿y José? –
-          Ha salido. Ha llegado Mariano, el de junto, y le ha dicho que en la bodega del tío Cristino ha habido muertos esta noche. No sabemos mucho, pero él ha ido a enterarse de lo que pasa –
-          ¿Muertos? – dijo, y después de acariciarse el mentón con aires novelescos, añadió- ¡Por fin se anima el pueblo! ¿Y quienes son las víctimas? –
-          ¡Cuándo llegue lo sabrás! ¡A ver que trae! ¿Te pongo una tostada y un café? –
-          Bueno... si estas ocupada salgo al bar de Fernando –
Por toda respuesta, Nati se secó las manos en el delantal oscuro y cortó una rebanada de aquel pan grande y prieto.
-          La vieja bodega – pensó, mientras añadía un chorro de oscuro aceite al tostado pan, sentado delante de la mesa de comedor – Primero, la ruina, después el suicidio del tío Cristino, luego el derrumbe de la tapia, el accidente de los albañiles y ahora, muertos. ¡Pero, si estaba cerrada y en conflicto con los bancos y los herederos! –
La campana en la torre parroquial emitió su metálico tañido. Su triste son no encajaba con los aires festivos que se perdían por las calles más alejadas. La sonora cohetería junto a la iglesia, compelía al viejo podenco a moverse sin llegar al nerviosismo. Aquellas campanadas eran conocidas, las había oído cientos de veces, cuando el lubricán llenaba de sol las vidrieras eclesiásticas y los gorriones levantaban su matinal vuelo en los árboles del corral. Y también aquel año con aires matutinos de fiesta popular, cuando el novillo matrero arremetió contra Jacinto, que se tiró a la plaza fruto de una abyecta borrachera.
-          Mal fin tuvo el “condenado” Jacinto, pero... “el que mal anda, mal acaba” se ha dicho siempre. Las fiestas concluyen en tragedia, para eso se inventaron las corridas de toros, y el vino que conduce a
peleas y a navajas, calando las tripas como un melón de invierno. ¿Por qué nos empeñamos en buscar a la Parca si ella viene sola cuando menos se la espera? ¡Pobre Laura, y maldita la soledad en que nos quedamos por aquí! -
Decidió salir a la calle, después de apurar el café, servido en vaso de cristal de un antiguo modelado. Los cohetes tronaban y un ligero olor a pólvora quemada se percibía por la acera, por donde se acercaba José, diciéndole:
-          ¡Un muerto en la bodega! ¡Apenas se puede entrar! – dijo con voz entrecortada – Es el gitano que vive cerca de la huerta de Góngora. Al parece estaban robando vino, soleras muy buenas que tenía el tío Cristino en las andanas de la nave del fondo. Debió haber alguien más, pero se vinieron abajo los bocoyes de las filas de arriba, cargados con 500 kilos cada uno, y aplastó al gitano –
-          Y... ¿cómo es eso? - preguntó torpemente Jesús.
-          Cuando se vacían los bocoyes de abajo se pierde el equilibrio, la madera estaba muy seca, debían estar robando desde hace tiempo, pero como la bodega sigue cerrada... todo se viene abajo... La nave estaba llena de gases por la pérdida de alcohol, y no se podía entrar allí -
-          ¿Qué vas a hacer ahora? –
-          Voy a contárselo a tu hermana –
-          Bueno, yo daré una vuelta, antes que haga más calor –
Ambos se separaron y Jesús caminó sin rumbo predeterminado, acercándose a la plaza de la iglesia. El pueblo iba cambiando lentamente. Salvo algunas casas antiguas y la parroquia, el tiempo había modificado el paisaje urbano; las calles pavimentadas, fachadas restauradas, alguna nueva tienda o pequeño comercio; otros establecimientos y tabernas habían desaparecido. Había cosas que no eran las mismas, siempre ocurre así a la hora de un regreso, y se nota más cuanto mayor es el tiempo de la ausencia. Los años cambian los aspectos de la realidad, e incluso ya nada se ve con los mismos ojos que cuando se era más joven.
Le hubiera gustado sentarse a la sombra en uno de esos bancos de ladrillos y azulejos, bajo un naranjo, contemplando, como lo había hecho tantas veces, la portada de la parroquia, con su torre blanca y sus remates celestes, pero oyó una voz que, desde la puerta del bar de esquina, le llamaba. Reconoció a Germán, un antiguo amigo, de esos que iban juntos a los bailes que se organizaban en diferentes naves y pequeñas bodegas del pueblo.
-          ¡Cuánto tiempo sin verte, Jesús! Si no tienes prisa ¿te tomas un café conmigo?-
-          ¿Prisa? ¡Claro que no! –
Germán era un buen, y dócil, empleado de la caja rural de ahorros, servicial y perteneciente a varias hermandades religiosas del pueblo. Era habitual su presencia en las procesiones y en el templo. Fue este mismo quién llevó un par de humeantes vasos de café hasta una mesa, donde se sentaron.
-          Me dijeron lo de tu mujer. Créeme que lo siento; uno debe sentirse bastante solo cuando se nos va la mejor compañía... ¡En fin, no quiero traerte recuerdos! –
-        Gracias.-
-        ¿Piensas quedarte a vivir aquí? -
-        No sé... Quizás con este viaje al pueblo estuviera probando mis sensaciones para tomar una determinación, ¿entiendes?-
-        ¿Sensaciones?– preguntó Germán algo desconcertado por no comprender a Jesús.
-        Quería saber que podía encontrar en la tierra de mi pasado, donde están mis raíces, pero ya no hay ilusión por aquellas cosas de la juventud, y los amigos tienen a sus familias, sus casas, sus hijos...
-        Tu también tienes una hija.-
-        También ella atiende a su marido, a su hijo y a su trabajo ¿qué tiempo puede dedicarle a un viejo?-
-       ¿Viejo? ¡Sigues en activo... ¿no? -
-       Me han propuesto una prejubilación sin merma de retribuciones, y lo estoy pensando.-
-        Pues, te jubilas y te vienes para acá.-
-       ¿Aquí? ¿Y que puedo hacer aquí?.-
-       ¡Pues, te apuntas a las hermandades, o te vas de cacería!-
-       Soy agnóstico, no soy creyente, Germán. Y además no me gusta asesinar a los pájaros.-
-       Podías encontrar una nueva compañera... ¡Más adelante, claro!-
-       No te esfuerces; gracias, pero... no podría olvidar a Laura tan fácilmente.-
-       Lo entiendo, tómate el café antes que se enfríe.-   
Se hizo un silencio roto solo por el ruido del vaso del café al apoyarlo en el plato. Germán se volvió hacia la barra y preguntó al dueño del café:
-          ¿Qué se sabe del muerto? -
-          Que ya llevaba tiempo sacando vino de la bodega, ¡cómo no había nadie! Pero, lo raro es que el gitano no entendía de vinos, se bebía lo que le echaran, ¿para qué quería las soleras? ¡Ese era mucho vino para él, tenía que estar vendiéndolo!-
-          O sacando las “madres” de los bocoyes para criarlas en otro sitio- añadió Jesús
-          También lo había pensado yo, pero como son tus primos... - respondió Germán.
Apuraron ambos cafés y Jesús preguntó:
-          Bueno, y... ¿qué más pasa por aquí?.-
-          Pues, nada – respondió Germán, y dirigiéndose a Pedro, el dueño del bar, dijo: ¿Te acuerdas de Jesús?
-          ¡Hombre, claro! - respondió
Germán se levantó de su asiento y se dirigió al mostrador. Jesús hizo lo mismo. Pedro se secó las manos en el mandil que llevaba atado a la cintura, y le tendió una mano por encima de la barra.
-          Me alegro de verte de nuevo por aquí.-
-          Gracias, igualmente – contestó Jesús estrechando la mano tendida.
-          Bueno, yo me marcho para casa antes que “pegue” más el sol – concluyó Germán sacando unas monedas de su bolsillo y poniéndolas sobre el mostrador.
Jesús despidió en la puerta a Germán y luego volvió a caminar sin saber exactamente donde ir. Cuando pasó por delante de la iglesia, decidió entrar en el templo. Cruzó la puerta de madera, flanqueada por dos imágenes antiguas de piedra desgastada: una reproducía un monje enjuto, mirando al infinito con una cruz en la mano, y otra un soldado con lanza y gorro, que Jesús dudó si era efectivamente un soldado o un arcángel.
En el interior, comprobó que estaba vacía, solo un chiquillo, que debía ser un monaguillo, entraba por el fondo en la sacristía. Una sola nave en cuyos costados aparecían, como siempre había recordado, varios altares con imágenes de Vírgenes, cuyas advocaciones había olvidado. Frente, el altar mayor, una gran hornacina vacía.
           Sobre un paso exhornado estaba, triunfante e enhiesta, la imagen de la Patrona del pueblo, la Virgen del Buen Reposo. Jesús se acercó lo más que pudo hasta contemplar todos los caracteres del rostro de la imagen, en cuyos brazos sostenía a su hijo. Una cara dulce, apacible, de ojos pequeños y leves facciones. Quizás fuera la ternura de la imagen o el recuerdo de su madre, cuando lo traía, perfectamente peinado, pelo húmedo y brillante, y las rodillas lustrosas a base de refregar con una esponja, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Jesús sintió una extraña sensación, pensó si verdaderamente el espíritu de Laura estaba instalado en un paraíso celestial desde donde ella podía verle, y se dio la vuelta, dispuesto a alcanzar, de nuevo, la realidad de la calle. Al pasar por el baptisterio, buscó alrededor de la pila de piedra, la figura materna, con un amplio velo en la cabeza, el día en que le traían para echarle el agua, entrando a formar parte del Cristianismo. Así, llegó a la puerta y volvió a perder otra vez sus pasos por las calles adyacentes. 
Buscó la acera de la sombra, que se hacía cada vez más estrecha a medida que el sol se situaba en su punto más alto, caminó bajo algunos naranjos que aumentaban la umbría en la medida en que era posible. Notó que detrás de alguna persiana algo se movía, y quiso adivinar algún curioso rostro de mujer que acechaba el paso de los transeúntes por la acera.
Llegó cerca de la puerta de la bodega del tío Cristino, pero no se atrevió a acercarse, por cierto temor del que no encontró una buena explicación. Un señor mayor, vestido con una chaqueta desgastada y oscura, se apoyaba sobre un bastón que tenía en su mano, y estaba también mirando, desde la acera de frente, a la puerta principal de la bodega. Lentamente, Jesús fue acercándose y examinado la mirada atenta y fija del viejo hacia el edificio.
-          Buenos días – saludó Jesús, esperando alguna señal que demostrara las ganas de diálogo de su improvisado compañero.
Estaban cerca uno del otro, sobre la sombra de un edificio alto que debió ser propiedad de la compañía suministradora de luz eléctrica. El calor se hacía intenso en aquel mediodía de agosto y los vecinos estaban ya al resguardo, en el interior de los edificios. Las mujeres y hombres que habían asistido a la misa del día de la patrona, estaban unas en sus cocinas y los otros en las tabernas. Solo algún perro triste y callejero husmeaba troncos de los naranjos, y la cohetería había cesado su atronadora presencia en el azul intenso del cielo. El viejo giró lentamente la cabeza y a Jesús le dio la impresión de que se sentía importunado por un desconocido. Al final, contestó sin entusiasmo:
-          Buenas... –
-          Perdone, soy nacido aquí, pero llevo tiempo fuera. Esa bodega era de un primo de mi padre, Cristino, el que se... el que murió ahí, en esa misma bodega –
-          Pues, ya caigo, usted debe ser hijo de José María.-
-          Sí, efectivamente, ya veo que usted conoce a mi familia.-
-          Yo era el guarda del mercado, mi sobrino Jacinto era amigo tuyo ¿no?.-
-          Jacinto, al que mató el novillo en la fiesta, hace ya... -
-          A Jacinto le mató la poca cabeza que tenía. El vino en demasía trae malas consecuencias. En todos los órdenes. Mira si no la muerte del gitano que está todavía sin enterrar – Jesús comprobó que al tutearle le estaba considerando como un vecino más y digno de conversación sin más recelos.
-          Es verdad, las borracheras y los negocios acaban en matanza y suicidios, todo alrededor de ese líquido. Es una visión muy particular. -
-          Tu hace tiempo que faltas de aquí. Algunas personas que viven en la ciudad creen que en los pueblos pequeños todo es paz y orden. Aquí hay mucho odio entre las casas y familias del término. Y en los pueblos de al lado, igual. Las familias se odian entre sí, las tierras y las casas traen muchas rencillas, y hasta hay tiroteos en muchos sitios, como en las películas esas que ahora nos ponen en el televisor. Ni siquiera los guardias saben tener guardadas sus pistolas.-
-          Ya entiendo.-
-          El Jacinto tenía mujer e hijas, pero parece que era poco para él, tenía que andar avergonzando a su familia por el vicio de mujeres y el vino. El gitano era un pobre hombre, pero siempre andaba con señoritos que le llamaban y le pagaban por animarles la juerga. No cantaba mal, sobre todo las bulerías se le daban bien. Pero estaba ya con el hígado “agujereado”.-
-          Dicen que no iba solo anoche cuando se le cayeron encima los bocoyes.-
-          El candado que puso el Juzgado estaba roto, pero ya lo habían abierto otras veces. Siempre la puerta lateral, la que da a la calleja Debía faltar mucho vino y se han  visto huellas de rueda de remolque de tractor reciente en el patio. ¡Claro que debían ser algunos más! Pero, ¿dónde guardaban el vino robado?- se preguntaba el anciano.
-          En otra bodega de las que hay por aquí – contestó Jesús.
-          Se darían cuenta enseguida...-
-          ¿Quiénes? –dijo Jesús algo torpemente
-          La Guardia Civil ¿quién si no? –
-          Ah, claro – añadió Jesús, dando paso a un silencio que el anciano cortó con una despedida.
-          Bueno, muchacho aquí hay tela que cortar. Voy a seguir mi camino –
-          Vaya usted con Dios – y se sorprendió él mismo de citar a Dios, ¿o era solo una fórmula costumbrista de despedida?
Durante el almuerzo, José dio su versión de los hechos, pero a Jesús le entusiasmó más el guiso de patatas con trozos de carne que le sirvió su hermana. ¡Que sabor da guisar con buenos ingredientes, aquellos frutos de la tierra cortados de las matas el día anterior! ¡Nada de cámaras ni congelados! ¿Y el pan? Todavía funcionaba algún viejo horno de jara que horneaba las piezas de la mejor harina de trigo.
-          Pues, están mejor los guisos hechos del día antes – puntualizó Nati, ante los elogios que su hermano hacía de sus cualidades culinarias.
Después toda la familia se echó en sus respectivas camas donde, unos más que otros, se durmió la siesta, como era habitual en estos meses del estío. No faltó en la habitación de Jesús un botijo rojo lleno de agua, pues era normal también, en aquellas latitudes, que el vino ingerido, antes y durante el almuerzo, pidiera refrescarse con un chorro de agua.
Después de la siesta, en la galería aguardaban que el sol cayera por poniente, por donde confiaban cada tarde, con anhelosa lenidad, que empezara a soplar la brisa del océano, añorado siempre por los de tierra adentro. Ese crepúsculo vespertino que tintaba el cielo de un tono enrojecido, a la espera de la aparición de la luna. Tenían que empezar a afeitarse los hombres y a repeinarse las mujeres. De los cajones de las peinadoras de las alcobas habían salido ya los collares de cuentas blancas y las pulseras metálicas y doradas, listas para asistir a la procesión de la patrona. Los hombres con corbatas y chaquetas, y una franja de distinto color de bronceado sobre la frente, señal inequívoca de hasta donde calaban las gorras en las faenas, a pleno sol, sobre la tierra. Las mujeres con oscuros vestidos e insufribles zapatos de tacón. La banda de música, llegada de un pueblo cercano y en asimétrica formación, se agrupaba de malas ganas, cerca de la puerta principal de la iglesia. Muchos de los componentes de la banda no podían anudarse correctamente las negras y estrechas corbatas sobre sus anchos cuellos, mientras los chiquillos correteaban en torno al puesto de las chucherías y los helados. Todos esperaban la triunfal salida de la Patrona.
Cerca de la huerta de Góngora, la familia del gitano muerto, a quienes habían entregado ya el cadáver, velaba el cuerpo de Felipe, en el portal donde vivía, llamado así por no tener ni tan siquiera categoría de casa. Felipe había perdido el aspecto sonrojado de su cara, ahora parecía un muñeco de cera, impávido y algo grotesco. Solo sus señaladas venas atestiguaban, en su rostro, la mala vida de bebedor que había llevado.
-          ¿Mala o buena vida? – dudaban algunos, que para muchos la juerga casi diaria y la excesiva ingesta alcohólica eran señal de divertimento y saber vivir. Por los alrededores de la vivienda donde se lloraba al primo fallecido, no se veía a nadie, la gente se agolpaba en torno a la iglesia en aquel señalado día.
En la escalinata del templo parroquial, los monaguillos con túnicas blancas iniciaban el cortejo, con cruz de guía, lustrosos faroles de alpaca, y velas encendidas en lo más alto. Después, las filas de hombres con sus trajes y zapatos de cordón. Alrededor de la puerta de la iglesia, algunas espigadas muchachitas del lugar esperaban la salida de la Patrona, con falditas más cortas o ajustados pantalones de colorido diseño, dando la mejor y más agradable pincelada al momento. Jesús, con su familia, situados frente a la fachada principal, por donde salían algunos estandartes religiosos, se entretenía reconociendo algunos rostros de los personajes del lugar. Tomás y Germán llevaban unas repujadas varas, con cinceladas macollas, que denotaban los cargos directivos de las hermandades sacramentales. Y de nuevo, la mente de Jesús retornaba a los tiempos de juventud, donde Tomás hurtaba a la mujer del puesto de chucherías mientras aplicaba las más ingeniosas mañas, o pedía una cerveza que el tabernero se negaba a despacharle.
Recordó aquellos juegos al aire libre, en aquellas calles de tierra, por donde solo circulaba algún carro, portando un grueso tonel cargado de agua con su grifo,  suministrando el líquido necesario para el consumo doméstico de cada vivienda.
       José, de en cuando en cuando, le explicaba a Jesús:                                                                                               
-          Esos que van saliendo ahora son maestros que están destinados aquí desde hace unos años. ¿Te acuerda de tu prima Teresita? ¡Es esa que va ahí! –
-          Pues, no la hubiera reconocido. Está muy mayor.
-          Aquí en el pueblo las mujeres envejecen pronto – sentenciaba José
Reconoció al instante a dos personajes que ocupaban un puesto prominente en el desfile local: sus primos Rafael y Fernando, los hijos del tío Cristino, buenos tiradores en los trofeos comarcales del tiro al plato, devotos de romerías y entendidos en el arte del toreo. Portaban varas con empaque y forzada dignidad. Mientras, la noche caía con un juego de sombras proyectadas sobre los testeros de la iglesia y las casas encaladas, con las farolas encendidas y un conjunto de luceros sobre las infinitas alturas. La imagen de la Virgen del Buen Reposo hizo su salida, despacio, casi rozando sus candelabros de cola en el dintel del templo. Se oía al capataz de la cuadrilla de portadores o costaleros, que daba las órdenes oportunas y el llamador golpeando las almas creyentes de un pueblo agolpado en torno a una vetusta devoción.
De pueblos cercanos, primos de Felipe iban llegando a lomos de caballería hasta la vivienda del difunto, y algunos de ellos se quejaban que la taberna de la plazuela estuviese cerrada por motivos de la procesión.
Un sonado día de fiesta, hace ya muchos años, Tomás aprovechó el silencio del pueblo y la concentración de gente en torno al paso de la Patrona, y se hizo acompañar por Jesús hasta la casa de don Andrés, el rico propietario que le acogió como hijo. En la casa sola, Esperanza parecía que estaba esperándole, pero no obstante, se sintió extrañada de la presencia de Tomás y aún más de la de Jesús. Muchas veces había Jesús revivido aquel recuerdo, cuando Tomás aún sin quitarse la chaqueta de los días de fiesta grande, empezó a manosear el cuerpo de Esperanza. Fue una situación embarazosa para Jesús, que estuvo un buen rato sentado en el comedor, mientras la sirvienta terminó accediendo a los deseos juveniles de Tomás en un dormitorio cercano. Cuando dio por finalizado el acoso, Tomás y Jesús volvieron a la procesión en la noche de pólvora y corbatas oscuras, mientras su amigo exaltaba su gesta carnal con Esperanza. Fue un impacto emocional para Jesús que nunca pudo deshacerse de aquella impresión. Tampoco le cupo la duda de que Tomás estaba obsesionado, casi enloquecido por los contactos con la sirvienta, que accedía con facilidad a los asedios del joven.                                                                                    

           Tomás reconoció a su amigo y dejando las filas del cortejo religioso se acercó para abrazar a Jesús.
-          Ya me han dicho que habías vuelto, pero no he podido llegarme hoy a casa de tu cuñado. ¿Vas a estar algunos días más? ¡Pásate por casa y te enseño a mis hijos!
-          Bueno, mañana nos veremos más tranquilo.
-          Por la mañana estaré en la tienda. Pasa por allí y nos tomamos algo juntos ¿eh?.
-          Vale, Tomás, mañana nos vemos.
Notó en el rostro de su amigo el paso inexorable de los años. Aquellos ojos pícaros, ese atrevimiento constante, ese desafío permanente a la vida... Su mirada se había vuelto lánguida, enmarcada en grandes ojeras y bajo profundos surcos en su frente. Denotaba los efectos de una constante medicación y cierta debilidad en su abrazo, tan distinta de aquella fuerza que mostraba en las luchas callejeras con los chavales de otras calles.
La noche transcurrió entre procesión y esquinas, con alguna consumición de fiesta en los bares del pueblo. Jesús vio una buena oportunidad de marcharse para casa cuando su hermana comenzó a sentirse dolida por efectos de los zapatos recién estrenados, y Jesús se ofreció a acompañarla, mientras José se quedaba un poco más con el cortejo religioso. No tardó en recogerse en el dormitorio, pero antes José le preguntó:
-          ¿Vienes mañana al campo conmigo?-
-          No, mañana he quedado con Tomás- respondió.
A la mañana siguiente, Jesús salió con idea de encontrarse con el amigo de la infancia. Alguien le indicó la calle donde Tomás tenía la tienda. Cuando entró en el establecimiento se dio cuenta que nadie le había dicho que vendía. Comprobó, por lo que estaba en el suelo y las estanterías del comercio, que allí se traficaba con aperos de labranza, aparatos de bodegas, semillas, recambios mecánicos, pequeñas rejas para labrar la tierra, artículos de ferretería y muchas cosas más. Tomás le recibió acercándose hasta Jesús, que volvió a ver, a la luz del día, sus carnes flácidas y su aspecto envejecido.
-          Nadie me había dicho que tenías tantas cosas, aquí se vende de todo – exclamó con asombro.
-          Esta es mi mujer, no es natural de aquí sino de Hornacillos, de ahí al lado –
                                                                                                           
    Jesús le tendió la mano a la sonriente mujer de su amigo, que tenía cierta tersura en su piel, a diferencia de Tomás. Pensó que debía ser más mucho más joven que el marido. Tomás se dirigió a la mujer y le dijo:
-          Voy a tomar algo con Jesús, enseguida vuelvo.-
Salieron juntos en dirección a un bar cercano.
-          Tus primos son buenos clientes míos. ¿Has ido a verles?.-
-          Todavía no; les vi en la procesión. ¿Andan bien... económicamente?.-
-          Magníficamente, tienen bodega aquí en el pueblo de al lado, y son amigos del Gobernador; van juntos al tiro, a los trofeos y a las cacerías.-
-          ¿Qué sabes del muerto de ayer?.-
-          ¿El gitano? Le han enterrado esta mañana.-
-          Pero, dicen que había más gente implicada en el robo del vino – dijo Jesús queriendo sacar información, mientras entraban en el bar y se sentaban junto a una mesa.
-          ¿Quieres una cerveza, es medio día ya? –preguntó Tomás haciendo unas señas con la mano al dueño del bar.
-          Al parecer con el gitano había más gente anoche – insistió Jesús.
-          El caso está cerrado, debían ser algunos gitanos más. La Guardia Civil estuvo interrogando a algunos que vinieron a velar al muerto, pero no ha sacado mucho en claro. El único que podía contar algo estaba destrozado con lo que le cayó encima.-
-          Encontraron huellas de ruedas de tractor y de remolques. Esos gitanos no tienen tractores.-
-          Pudieron traerlos de algún sitio, robados o arrendados.-
-          ¿Arrendados... quién alquila tractores por aquí? – interrogó Jesús.
-          Yo no sé más de lo que dicen los que entran en la tienda – se excusó Tomás.
-          ¿No crees que Rafael y Fernando pueden estar criando vinos en el pueblo de al lado? ¡Tu mismo me has dicho que tenían nuevas bodegas por ahí?.-
-          Mira, Jesús... tus primos son mis mejores clientes. No seré yo quien ponga en el punto de mira a Fernando, ni a Rafael. Además... tienen mucha influencia por aquí – Tomás tomó un trago largo de cerveza y después, endureció su gesto - ¡Yo sé que se están haciendo de buenos vinos, y que es probable que lo que falta de la bodega de su padre lo tengan guardados en algún lugar! ¡Les resulta más económico sacarlo por la noche que pagarle a los bancos la deuda que les dejó tu tío Cristino!-
-          ¿Entonces? – preguntó Jesús
-          ¿Entonces, que? ¡Ese edificio no les interesa a tus primos, tienen una deuda reconocida en el juzgado! ¡Cuándo salga a subasta, nadie va a pujar por la bodega! ¡Son influyentes, y hasta esta muerte les viene bien, porque deprecia el inmueble! ¡Ellos ya tienen las soleras, aunque no todas. Eso es lo que más vale!-
-          ¡Pero, hay muerto y robo...! –gritó Jesús
-          ¡Baja la voz y no me mezcles en ese asunto! ¡Aquí nadie va a mover un dedo por un gitano... ¿entiendes? Un gitano borracho y pendenciero... ¿qué perdemos los de aquí?.-
-          El gitano no era cliente tuyo, Tomás.-
-          ¡Piensa lo que quiera, pero no hables con nadie acerca de lo que te he dicho. Yo tengo un negocio y una familia que mantener!-
-          ¡A nadie le diré nada, descuida!-
 Ambos salieron del bar, y se despidieron. Era más de medio día, el sol hacía estragos y la gente volvían a sus casas. José llegó de la tierra quejándose de la sequía y la tarde pasó lenta apurando el agua del búcaro rojo. Jesús se reunió con su hermana en la galería.
-          Voy a regar las macetas del patio, ya parece que no da el sol en el testero.-
-          Nati, me han dicho que hay un tren esta noche. Me iré... pienso que es mejor viajar de noche, que no hace tanto calor.-
-          ¿Qué te vas ya? ¡Pero si pensabas estar aquí una semana...! – añadió extrañada Nati
La noche empezaba a echar el negro toldo al cielo, y las débiles lamparillas de las últimas callejuelas que rodeaban la estación del ferrocarril se encendieron para acompañar el paso de Jesús, con una pequeña maleta en la mano. Entró en el edificio y pidió un billete en la ventanilla, donde un empleado adormecido se le quedó mirando, después de cobrar el precio solicitado. Jesús quedó junto a las vías y un foco de luz en movimiento, delató la llegada del tren. Los frenos chirriaron junto a la estación, rodeada de campos, con un liño de álamos junto a las señales luminosas alrededor de las paralelas de hierro. Jesús subió una incómoda escalerilla y accedió a un vagón. El tren emprendió la marcha y por la ventanilla, Jesús divisó de reojo, por última vez, las débiles lucecillas de las últimas y más humildes casas del pueblo, mientras un leve remolino de polvo se levantaba al comienzo de los caminos agrícolas.      
            Le vi sentarse en el mismo vagón que ocupaba desde que salí de aquella zona de sierra, en el viejo tren que me llevaba hasta enlazar en Sevilla con otro expreso más veloz y confortante. Jesús ocupó un asiento frente a mí, y ni siquiera lanzó una mirada atrás de despedida cuando abandonábamos la visión del pueblo. No obstante, le pregunté, con intención de entablar algo de conversación:
-          Perdone, pero no he visto el rótulo en la estación ¿cómo se llama este pueblo? –
-          ¡Villa Miseria! ¡Debería llamarse Villa Miseria!
Debo reconocer que me costó bastante ir arrancando algunas palabras a Jesús, pero fui paciente y, poco a poco, indagué en su palpable decepción. Al final llegamos a nuestro destino, y nuestros caminos se separaron. Al despedirse yo le dije mi nombre; él solo dijo: Jesús.
Al día siguiente intenté poner un orden lógico, como si montara las piezas de un puzzle, entre las cosas que me contó a bordo de aquel viejo vagón. Confieso que he rellenado, de la mejor manera posible, las lagunas de su entrecortada narración, y procurado describir un paisaje que solo existía en mi imaginación.
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