Asturias: verdes sus suelos y blancos sus cielos. La bruma del Cantábrico, el suave orbayu del fresco verano, la niebla que cae y se levanta, sus frescos ríos caudalosos… las noches de julio bajo las mantas. ¡Asturias, en añoranzas!
Solo el aroma de sus verdes prados, con sus tranquilas vacas pastando e ignorando al caminante, te consuela de esa añoranza de luz del sur, del Atlántico de bahías gaditanas y costas junto a Doñana.
Subes hasta los duros Picos de Europa, y buscas esa ermita de la roca, agreste y húmeda: la Santina se yergue junto a los restos de la tumba de Don Pelayo, y el sabor a mar de los puertecitos de la alta costa se enjuagan con la sidra, que hay que hacerla caer alta para que se oxigene y pierda acidez.
Prado y mar, gente noble, ganaderos y pescadores, de esa tierra tan regada y frondosa, con sus pueblos en empinadas laderas hacia la mar, que solo se abre en pequeñas y frescas calas.
¡Asturias: “si yo supiera cantarte”!!
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