HISTORIA
DE UNA REVOLUCIÓN EN LA PALMA
Hay, para mí, una Palma
mítica que cuelga de la pérgola del tiempo, entre la nebulosa de la memoria,
donde se confunden los hechos y los sueños. Una Palma que, desde aquel difícil
año de 1.936, nos llega en noticias y escritos. Mi amigo Manolo me envía
fotocopias de unos folios que, caso de confirmarse su autenticidad, fueron
mecanografiados por don Rafael Salas López, el que fuera gran bodeguero palmerino,
Alcalde y Presidente de la Diputación Provincial de Huelva.
El
día 17 de julio de 1936 había un gran nerviosismo y una incertidumbre por algo
que se presentía estaba ocurriendo. Don Rafael Salas estaba aquella noche
invitado a presenciar el funcionamiento del diario “Odiel” de Huelva, pero el
director había mandado parar las máquinas y pretendía comunicar telefónicamente
con diversos periódicos y hasta con el Ministerio de Gobernación. ¿Qué
ocurrirá? se preguntaba don Rafael cuando a las 12 de la noche marcha para su
casa.
A
la mañana siguiente, las noticias confirman que se ha sublevado el Ejército de
África, pero la mañana y la tarde transcurren con cierta tranquilidad en
nuestro pueblo. A las 19 horas se casa don Agustín Montes, un palmerino venerable
del que muchos de nosotros conservamos unos gratos recuerdos. En la boda se
habla -¡cómo no podría ser de otra forma!- del suceso extraordinario de esa
fecha histórica. Dicen que en Sevilla las tropas se han echado a la calle y hay
tiros. De vueltas a casa, don Rafael sintoniza la radio. A las 10 se interrumpe
la emisión ordinaria y al grito de “viva España” un oficial del Estado Mayor
toma la estación radiofónica y comunica que se ha rendido el Gobierno Civil, y
lee una orden de Queipo de Llano por la que declara el Estado de Guerra,
tomando el mando de la región y sustituyendo al general Villa Abriles.
En
su diario, don Rafael Salas nos narra que a las seis de la mañana del 19 de
julio, aporrean su puerta y unos palmerinos le piden la llave de la bodega para
recoger el camión que allí se guarda por orden del Comité revolucionario. La
Guardia Civil, a cuyo cuartel llama, aconseja la entrega del vehículo a la
autoridad legítima. Desde la oficina de teléfonos le dan la noticia de que
medio pueblo es incendiado en la noche de la destrucción general: Iglesia,
casino, cervecería de Cárdenas. Arden en plena calle las imágenes del Valle, y
son saqueadas algunas casas. Grupos de escopeteros recorren el pueblo entre la
luz de las llamas y el echarpe de la madrugada. Las naves de la iglesia
parroquial se derrumban.
El
día 20 comienzan los registros de las casas de aquellos empresarios y personas
conservadoras de La Palma, y se detienen a muchos de ellos. La radio da
noticias confusas: hay provincias donde triunfan unos y en otras, los
contrarios. Pasan caravanas de camiones llegados de Riotinto. Hasta el día
siguiente, martes 21 de julio, no llegan a casa del Sr. Salas y registran
también la bodega. Los revolucionarios marxistas vienen a por él, y al decir de
don Rafael se portaron correctamente pero registrando cajones y mesas. Los
mineros que llegan por tren disparan al aire en las cercanías de la bodega y
muchos creen que han fusilado al propietario de la misma. Siguen las
detenciones de personas de derecha.
El
día 22, se llevan, para servicio del comité, el coche de don Rafael, que padece
de hemorroides, lo que le salva de ser llevado preso. El médico de la
localidad, don Pedro Rodríguez le extiende un certificado de su enfermedad y
prescribe reposo en cama. Uno de los revolucionarios llama al Ayuntamiento y
pide un médico a la vez que confirma que don Tomás Salas, hermano de don
Rafael, “se ha juío” Insiste en
llevarse preso al enfermo pero del ayuntamiento le dicen que enviarán un médico
que no llegaría nunca. Se llevan la radio, como de otras tantas casas.
Al día siguiente, jueves 23,
vuelven para prenderle, pero don Rafael alega que el Comité había dispuesto la
llegada de un médico. Por lo que le dejan en casa. Suena un avión en dirección
a Huelva y se oyen, de nuevo, múltiples disparos hacia el aparato volador. Al
rato, vuelve de nuevo y arroja varias bombas en los alrededores del pueblo,
ocasionando la huida al campo de algunos palmerinos. Por la noche se corta el
suministro de luz eléctrica y se dispone un reducto con colchones y almohadas,
esperando nuevas visitas. El día 24 vienen a llevarse una bicicleta y dicen que
han cortado la carretera de Manzanilla y en nuestro pueblo se hacen trabajos de
fortificación y trincheras, mientras pasan insistentemente camiones blindados
de Riotinto.
El
día más trágico fue el domingo, 26 de julio. De nuevo, aviones cruzan el cielo
en la mañana, en vuelo bajo. Los escopeteros huyen y en la casa de nuestro
protagonista se refugian más de 30 que se tiran al suelo, mientras un
artefacto, o una bala, rompe y vacía el depósito del agua, con gran estrépito.
Parece que la casa se hunde, pero la acción más cruel tiene lugar en la cárcel
donde están presos los que se supone serían partidarios del golpe militar. En
las celdas arrojan bombas y cartuchos de dinamita, disparando a los que salen
al patio. Mueren 16 personas y otros quedan malheridos. El avión sigue
arrojando bombas, una cae en la bodega de Pichardo y otra en la iglesia. Hasta el siguiente, el avión prosigue su bombardeo.
De nuevo recogen la llave de la bodega Salas para ocultar los camiones,
mientras se oye fuego de metralladoras. Al mediodía de aquel lunes, llaman a la
puerta de nuevo. Son falangistas y un Guardia Civil de las tropas de Carranza,
al grito de “viva España”, que han entrado en La Palma por la carretera de
Bollullos, mientras se acerca el Tercio de la Legión por la carretera de
Villalba, al mando del Comandante Castejón. Fue el final de una revolución en
La Palma.
Todos estos relatos que
ahora leo en unos folios mecanografiados, forman parte de esa Palma antigua,
mítica de entonces, de la que recuerdo relatos de niño, de unos y otros. No es
un mito, sin embargo, este episodio del 36, que nos llega a través de esa
narración escalofriante del Sr. Salas, situada en ese tiempo difícil,
protagonizada por personajes reales, y más interesante si viene de la mano de
su autor, y de la que todos debemos sacar la conclusión unánime de que no
deberíamos permitir que volviera a suceder nunca.
No
fue un mito sino una cruel realidad en la que perdieron la vida unos, dejando
en la tristeza a otros muchos, sean del bando que sean. Nunca más la muerte de
la mano que venga. La Palma, un lugar privilegiado, merece vivirse en paz.
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