sábado, 16 de junio de 2012


HISTORIA DE UNA REVOLUCIÓN EN LA PALMA



                Hay, para mí, una Palma mítica que cuelga de la pérgola del tiempo, entre la nebulosa de la memoria, donde se confunden los hechos y los sueños. Una Palma que, desde aquel difícil año de 1.936, nos llega en noticias y escritos. Mi amigo Manolo me envía fotocopias de unos folios que, caso de confirmarse su autenticidad, fueron mecanografiados por don Rafael Salas López, el que fuera gran bodeguero palmerino, Alcalde y Presidente de la Diputación Provincial de Huelva.
            El día 17 de julio de 1936 había un gran nerviosismo y una incertidumbre por algo que se presentía estaba ocurriendo. Don Rafael Salas estaba aquella noche invitado a presenciar el funcionamiento del diario “Odiel” de Huelva, pero el director había mandado parar las máquinas y pretendía comunicar telefónicamente con diversos periódicos y hasta con el Ministerio de Gobernación. ¿Qué ocurrirá? se preguntaba don Rafael cuando a las 12 de la noche marcha para su casa.
            A la mañana siguiente, las noticias confirman que se ha sublevado el Ejército de África, pero la mañana y la tarde transcurren con cierta tranquilidad en nuestro pueblo. A las 19 horas se casa don Agustín Montes, un palmerino venerable del que muchos de nosotros conservamos unos gratos recuerdos. En la boda se habla -¡cómo no podría ser de otra forma!- del suceso extraordinario de esa fecha histórica. Dicen que en Sevilla las tropas se han echado a la calle y hay tiros. De vueltas a casa, don Rafael sintoniza la radio. A las 10 se interrumpe la emisión ordinaria y al grito de “viva España” un oficial del Estado Mayor toma la estación radiofónica y comunica que se ha rendido el Gobierno Civil, y lee una orden de Queipo de Llano por la que declara el Estado de Guerra, tomando el mando de la región y sustituyendo al general Villa Abriles.
            En su diario, don Rafael Salas nos narra que a las seis de la mañana del 19 de julio, aporrean su puerta y unos palmerinos le piden la llave de la bodega para recoger el camión que allí se guarda por orden del Comité revolucionario. La Guardia Civil, a cuyo cuartel llama, aconseja la entrega del vehículo a la autoridad legítima. Desde la oficina de teléfonos le dan la noticia de que medio pueblo es incendiado en la noche de la destrucción general: Iglesia, casino, cervecería de Cárdenas. Arden en plena calle las imágenes del Valle, y son saqueadas algunas casas. Grupos de escopeteros recorren el pueblo entre la luz de las llamas y el echarpe de la madrugada. Las naves de la iglesia parroquial se derrumban.
            El día 20 comienzan los registros de las casas de aquellos empresarios y personas conservadoras de La Palma, y se detienen a muchos de ellos. La radio da noticias confusas: hay provincias donde triunfan unos y en otras, los contrarios. Pasan caravanas de camiones llegados de Riotinto. Hasta el día siguiente, martes 21 de julio, no llegan a casa del Sr. Salas y registran también la bodega. Los revolucionarios marxistas vienen a por él, y al decir de don Rafael se portaron correctamente pero registrando cajones y mesas. Los mineros que llegan por tren disparan al aire en las cercanías de la bodega y muchos creen que han fusilado al propietario de la misma. Siguen las detenciones de personas de derecha.
            El día 22, se llevan, para servicio del comité, el coche de don Rafael, que padece de hemorroides, lo que le salva de ser llevado preso. El médico de la localidad, don Pedro Rodríguez le extiende un certificado de su enfermedad y prescribe reposo en cama. Uno de los revolucionarios llama al Ayuntamiento y pide un médico a la vez que confirma que don Tomás Salas, hermano de don Rafael, “se ha juío” Insiste en llevarse preso al enfermo pero del ayuntamiento le dicen que enviarán un médico que no llegaría nunca. Se llevan la radio, como de otras tantas casas.
Al día siguiente, jueves 23, vuelven para prenderle, pero don Rafael alega que el Comité había dispuesto la llegada de un médico. Por lo que le dejan en casa. Suena un avión en dirección a Huelva y se oyen, de nuevo, múltiples disparos hacia el aparato volador. Al rato, vuelve de nuevo y arroja varias bombas en los alrededores del pueblo, ocasionando la huida al campo de algunos palmerinos. Por la noche se corta el suministro de luz eléctrica y se dispone un reducto con colchones y almohadas, esperando nuevas visitas. El día 24 vienen a llevarse una bicicleta y dicen que han cortado la carretera de Manzanilla y en nuestro pueblo se hacen trabajos de fortificación y trincheras, mientras pasan insistentemente camiones blindados de Riotinto.
            El día más trágico fue el domingo, 26 de julio. De nuevo, aviones cruzan el cielo en la mañana, en vuelo bajo. Los escopeteros huyen y en la casa de nuestro protagonista se refugian más de 30 que se tiran al suelo, mientras un artefacto, o una bala, rompe y vacía el depósito del agua, con gran estrépito. Parece que la casa se hunde, pero la acción más cruel tiene lugar en la cárcel donde están presos los que se supone serían partidarios del golpe militar. En las celdas arrojan bombas y cartuchos de dinamita, disparando a los que salen al patio. Mueren 16 personas y otros quedan malheridos. El avión sigue arrojando bombas, una cae en la bodega de Pichardo y otra en la iglesia.  Hasta el siguiente, el avión prosigue su bombardeo. De nuevo recogen la llave de la bodega Salas para ocultar los camiones, mientras se oye fuego de metralladoras. Al mediodía de aquel lunes, llaman a la puerta de nuevo. Son falangistas y un Guardia Civil de las tropas de Carranza, al grito de “viva España”, que han entrado en La Palma por la carretera de Bollullos, mientras se acerca el Tercio de la Legión por la carretera de Villalba, al mando del Comandante Castejón. Fue el final de una revolución en La Palma.
                Todos estos relatos que ahora leo en unos folios mecanografiados, forman parte de esa Palma antigua, mítica de entonces, de la que recuerdo relatos de niño, de unos y otros. No es un mito, sin embargo, este episodio del 36, que nos llega a través de esa narración escalofriante del Sr. Salas, situada en ese tiempo difícil, protagonizada por personajes reales, y más interesante si viene de la mano de su autor, y de la que todos debemos sacar la conclusión unánime de que no deberíamos permitir que volviera a suceder nunca.
            No fue un mito sino una cruel realidad en la que perdieron la vida unos, dejando en la tristeza a otros muchos, sean del bando que sean. Nunca más la muerte de la mano que venga. La Palma, un lugar privilegiado, merece vivirse en paz.



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