“El tiempo no es más que un tonel donde fermentan los mitos”
Me viene bien esta frase de Amin Maalouf (Premio Príncipe de Asturias 2010 a las Artes) porque hoy hablamos de La Palma Mítica, la que se guarda en la memoria y además son recuerdos que fermentan en los mejores toneles de roble nacional. La “Palma Mítica” no hay que buscarla, está dentro de cada uno, cuando convierte el pasado, vivido en esta bella población, en una dulce caricia.
Pero, a veces, los pasos del caminante llevan hasta el lugar adecuado. Es una mañana azul. El suave poniente hace que el sol de primeros de julio sea llevadero en plena calle del célebre barrio de Triana. En la calle San Vicente de Paúl, junto a los bloques de “Los Comerciales”, un pequeño bar que lleva el nombre de su barrio. Y allí nos abrazamos Nane Pichardo y yo, aprovechando que la hora aún temprana, y por tanto con menos clientela, permite a Nane dedicarme unos minutos con más libertad.e intensidad. .
Enseguida, saca unas botellas que llevan la etiqueta de “Vermut Pichardo”, y es que Nane sabe la importancia de sus raíces bodegueras, y además ha unido su destino matrimonial con la bellísima Esmeralda Genovés, hija de Adolfo, de otra rama bodeguera palmerina de las mejores de ese gran pasado local del siglo XX.
Y entre vermuts y alguna copa de ese vino que llaman “vino de consagrar” (una verdadera delicia de finura), evocamos nuestro pasado por los suelos palmerinos. Ha leído recientemente el artículo del amigo José María Dabrio (Corumbel Junio 2012) y me cita aquellos juegos de niños en los alrededores de la plaza. Y aquellas “chinas”, que no eran sino trozos de suelas de goma, embadurnada en cera, para mejores deslizamientos.
Por supuesto, me saca etiquetas de los muchos embotellados que tenían en Bodegas Pichardo, entre las que recuerdo el “Fino Rabo Conejo”, nombre de una finca de esta familia que estaba camino (entiendan carretera) de Valverde. La “Crema Blanca” tan utilizada por nosotros en los también míticos guateques de los 60/70, etc, etc… y sobre todo, el mejor vermut de hemos bebido: Vermut Pichardo”, aquel que saboreábamos en “La Cepa de Oro”, que muchos recordarán.
Las paredes de su bar trianero están llenas de objetos metálicos de antiguas profesiones, y muchos marcos con fotos relativas a Bodegas Pichardo. Y allí nos recreamos en esa instantánea que debe ser de 1.961, cuando un jovencito Jesús Castizo Sánchez, ganaba el premio al mejor venenciador, que con los instrumentos propios de su destreza, recibe las felicitaciones de Manuel Teba Cepeda, mi recordado Manolo, un gran caballero palmerino, con el que hicimos algún que otro viaje a los Organismos Oficiales para saber cosas de los regadíos del Corumbel. Observan este histórico momento: Don Miguel Pichardo, Capataz de Honor de la I Fiesta de la Vendimia y artífice de aquellas grandes bodegas palmerinas.
Bajo el brazo tendido de Manuel Teba aparece el rostro de su hijo Pepe, y al lado, con flequillo sobre la frente: mi querido y recordado amigo Pedro Solís, cuando aún podía cubrir su frente con cabellos de juventud. A su lado, Leal el carnícero de la antigua plaza de abastos, y más a la izquierda, miembros de la Policía Municipal: Veléz, actor espontáneo de “La Niña de Luto”, y Cárdenas, el también mítico Jefe de esta brigada local. Entre Vélez y Miguel Pichardo observo la cara joven de mi amigo Cristóbal Flores Díaz, que también es ahora trianero.
Y por supuesto, ¡no podía faltar! aquel célebre tonel, enorme y giratorio, que se alzaba en “stands” y ferias; aquellas antiguas ferias de la calle San Sebastián, con su sabor urbano, tan céntricas y tan llenas de vivencias para muchos. Era el también mítico “Cono Pichardo” que disponía de grifo tras la barra, por donde salía lo que pidieras: fino, amontillado, vino dulce, vermut… solo con pisar el pedal adecuado o girar el mando oportuno.
Se acerca la hora de almorzar. Prometo seguir visitando a Nane, cuando volvamos de las playas onubeses. He de cruzar Triana y llegar caminando a casa, y ya calienta el sol. Busco la sombra mínima de los pisos y los árboles de la Iglesia de San Jacinto, y llevo en mi espíritu el sabor inmenso de una época grande y feliz, aquella que compone los cuadros de mi Palma Mítica.
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