jueves, 29 de diciembre de 2011

BELÉN DEL CONDADO



 "Porque un día soñé que podía hacerse un Belén con personajes palmerinos, y por escenario: el campo, las bodegas, y las calles de mi pueblo" :




Año 2001: 25 de diciembre (¡pum,pum,pum!): visito por primera vez el belén que, en la calle Nicolás Gómez, tiene instalado la Asociación “El Templo”. Allí, junto a varios de mis familiares más directos, contemplo con admiración lo que estos paisanos han montado: dos miríficos conjuntos, uno al estilo tradicional y otro en diorama - como si de una panorámica pantalla se tratase - que representan y celebran el misterio del nacimiento de Jesús, el mismo Dios, Verbo divino hecho carne por obra de la misecordia infinita del máximo hacedor.

Y Nela Galán que nos guía por el irrestricto pasaje de la bondad, y nos dice que nos detengamos en la contemplación de esa perspectiva de la calle que conduce al laboreo propio de un pueblo bonancible, donde las mujeres, de arpilleras vestimentas, llevan cántaros de agua, donde el panadero reaviva el fuego para hornear un apetitoso pan sin química, donde el labriego pasa a lomos del jamelgo no sé si de vuelta de la tierra... Y aquel camino pedregoso, vaguada donde conspicuos personajes de Oriente ya vienen a visitar al Niño que recibe los rayos de luz de la luna, en una noche que la tradición ha convertido en exultante noche de paz, noche de amor...

Esta admiración se colma cuando la ubicua Nela pone en mis manos dos ejemplares, de diferentes años, del boletín de esta asociación de belenistas, y leo las actividades del grupo y el ímprobo trabajo artístico que el diseño, realización y montaje, de lo que allí se expone, lleva consigo. Y me dice que tengo que escribir sobre ello. ¡En ello estamos!

¡Que no sé yo como sería esa tierra de Belén de Judea!. No conozco Tierra Santa, pero para mí tengo que cualquier trozo de este universo, si todo es obra de la suprema Mano creadora, habrá de ser tierra santificada, aunque no por ello respetada por el afán destructivo de la guerra y la ofuscación propia del odio. Ni siquiera oír el relato de viajes de algún conocido me hace suponer como sería aquello, por otro lado tan distinto del ayer. Pero ¿qué importa? Visito en Sevilla varios belenes, unos románticos, donde el escenario se puebla de toreros rondeños y patilleros de traje corto que parecen extraídos de una película de Curro Jiménez; otros, venecianos, con estetas que parecen petimetres vestidos de papel...

¡Que importa más, diría yo, la libertad de elegir escenario, que pega más situarnos en la nostalgia, en la dulce probidad de los actos guiados por el corazón, en el incólume sentimiento de la niñez, para la que ya no queda otro billete de vuelta que la memoria, con sus lagunas de olvido y su autoelaborada manifestación de los hechos!. Y de ahí que todos exclamemos: ¡Que bonito ese pastorcillo con sus ovejas! ¡Qué bien hecho el campesino que clava el arado en su huerto! ¡Mira las lechugas y las coliflores!...

¡Que nos gusta traer al Niño Jesús hasta nuestro terreno, a la tierra que conocemos, a las que nos dá el fruto base de nuestro alimento! Y en ese particular “Belén del Condado” no debería faltar el hombre que conduce el carro, con su goteante bocoy de castaño lleno de frescor del Corcho, y de puerta en puerta anunciando el agua para beber!. No debería faltar esa otra María - la villarrasera - que nos traía las espinacas en un cesto, a modo de morrión, sobre su cabeza. Espinacas y espárragos de los húmedos campos, todavía impregnados del rocío divino. ¡Que no falte el latero que, en la acera, recomponía la vieja olla, donde hervían los garbanzos y el tocino de la última matanza!. ¡Aquel afilador, con su flautín, detrás del cual se nos fue la inocencia de niño palmerino!. ¡Que no falte Andrés Luis tocando la armónica, que vuelva Antonio con su dinámico afán de vivir prendido del faro azabache de sus ojos!. ¡Que no se vaya el desgalichado Dieguillo, con su lata y su pedazo de bollo, que, a diario, recogía de la panadería de Antonio Márquez!. ¡Que se oiga la algazara de la salida del Grupo Escolar, que esté presente el capataz junto a la espita de su bota predilecta, que siga Dolores amasando los pestiños, que prosiga el martilleo en los hierros de las duelas que acaban de salir, calientes y doblegadas, del batidero, que se huela el poleo de la “Pescaría”, que se escuche a Manolo, como en una de sus noches, entonando un martinete con su aterciopelada voz, mientras José le pega al yunque en su fragua!.

Y en medio estará Dios, un niño que tiene, aunque acabe de nacer, un mechón sobre su frente. Ese niño, nuestro niño, que se nos va haciendo cada vez mayor. ¡Y que suene hasta el alba solo una voz que anuncie paz a los hombres de buena voluntad!
                                                                                 Manolo Rodríguez Bueno.
                                                                                        Diciembre 2001 

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