Nos
quedábamos, el pasado número, en la visita realizada al bar trianero de Nane
Pichardo. El mes de Julio nos trasporta, días después, a la orilla del
Atlántico, para llenarnos de azul las sensaciones que nos ofrece la visión
constante del mar. Y desde nuestro apartamento costero, en la generosa compañía
de mi amigo Paco Bellerín y su familia, nos dirigimos, la tarde del 19 de
julio, al Monasterio de La Rábida, sobre un alcor, en la confluencia de los
ríos Tinto y Odiel. Un monasterio franciscano, levantado a principios del siglo
XV, vinculado extraordinariamente a la gesta del descubrimiento de América.
Allí
nos aguarda el pintor y amigo, Juan Manuel Núñez Báñez, que nos introduce al
interior de los claustros por puertas no habituales, en una hora de la tarde en
que ya no tropezamos con visitante alguno, ni siquiera los monjes que, al
parecer por el toque de campanas, rezan las horas de Visperas. El motivo de
nuestra visita, es conocer las dos obras que Juan Manuel está terminando para
este convento, con motivo del 600 aniversario de la Fundación Franciscana en
este lugar. Sitio que me recuerda mis años juveniles en estos terrenos rabideños.
Juan Manuel nos introduce por esos bellos y solitarios patios, hacia un cuarto,
que él ha convertido en estudio de pintura. Un ventanal, ofrece la luz precisa
para pintar, que proviene de un patio, donde, desde una verde pérgola, cuelgan
racimos jóvenes de uva. Juan Manuel descorre la tela que recubre dos grandes
cuadros, a ambos lados de la ventana, pero nos pide no hacer fotografías, por
la razón de que no sería adecuado hasta tanto se ofrezca la oficial apertura de
sus obras, que tendrá lugar, el domingo 16 del próximo diciembre, al final de
una Eucarístía, a las 12 dela mañana, en los jardines delante del Monasterio.
No obstante, y por tratarse de esta revista, Juan Manuel permite que
fotografiemos el boceto de un gran cuadro dedicado a San Francisco de Asís, que
ya tiene terminado.
Dos
cuadros realizados sobre tableros especiales, de unos 2,30 metros de alto, por
1,58 metros de ancho, aproximadamente, que conservan la línea de su gran
colección rabideña, sobre superficies de distintos niveles. El primero es un
cuadro conmemorativo de la visita de Juan Pablo II a La Rábida . Una
composición muy vistosa y magníficamente lograda, donde la figura del Pontífice
aparece de pié en el lateral derecho, con la corona de la Virgen, y con su
pícara sonrisa, característica de este Santo Padre, y su mirada inteligente,
como comprendiendo al mundo. La parte central corresponde a la Virgen de los Milagros,
pequeña imagen de alabastro, que recibe culto en la capilla que ha decorado en
temple el propio Juan Manuel. Aparecen también el propio monasterio en
perspectiva y unos frailes, así como el escudo de Palos de la Frontera y unos
Ángeles que sobrevuelan el conjunto.
El segundo cuadro es de composición más
fácil, si se permite la expresión. En él, San Francisco de Asís, ocupa el
centro, con un rostro aún joven, iluminado, y una mirada espiritual, que llena
por sí misma toda la escena, donde hay paisaje, serpiente, símbolo del pecado,
que acecha en la sombra el momento preciso, y unos cardos florecidos, que alude
a los dolores físicos, al dolor terrenal, al padecimiento voluntario para
alcanzar un fin positivo, y se relacionan con la Pasión de Cristo. San
Francisco lleva hábito gris, como corresponde a los orígenes de esta Orden, que
luego se cambiaría por el color marrón Aparece asimismo la Tau, que es la última letra del alfabeto hebreo. que corresponde a la
que en el nuestro se llama «te». Pero es también una señal o signo, todo un
símbolo. San Francisco profesaba una profunda devoción al signo Tau del que habla expresamente el
profeta Ezequiel (9,3-6) y al que se refiere implícitamente el Apocalipsis. En la foto adjunta, el pintor porta en su mano el
boceto de este cuadro.
Juan
Manuel ha vuelto a La Rábida, concretamente en este último período una vez
pasada la Semana Santa, regresando a Madrid el pasado 2 de agosto, y con
interrupciones por motivos familiares, y
por supuesto, para asistir a la última Romería del Rocío, ya que corren por sus
venas esta devoción que le viene de su abuelo, quién llevara a la aldea la
Hermandad de La Palma en el año 1936. Por esta tradición rociera, Juan Manuel
visitó La Palma el día en que nuestra carreta recorría las calles del pueblo.
Cuando
los cuadros se expongan habrá críticas más fundadas de estas obras, pero no es
esa mi intención sino evocar un personaje de La Palma Mítica. Por su actualidad
podíamos pensar que Juan Manuel no es parte de ese pasado de nuestra memoria
antigua, pero dentro de unos años tendrá su sitio en esa Palma de gloria, pues,
si no se malogra, tendrá su museo en La Palma y tendremos, para siempre, esos
carteles de la Coronación de la Virgen, de la Fiesta de la Vendimia y de la
Peregrinación del Rocío, conmemorativa de los 75 años de la confección del
Simpecado palmerino.
La tarde se hace corta en compañía
de Juan Manuel, en aquel silencio de la tarde del estío que se resiste a
convertirse en crepúsculo. Y es que nuestro amigo nos lleva al claustro, donde
se expone su Galería de los Protagonistas, y allí hace algo no muy común:
explicarnos cada obra con todo el detalle, que hace que nuestra admiración por
este artista crezca a medida de los símbolos de cada “tablero”. Todo un
prodigio de ideas previas a la realización y de técnica novedosa y depurada,
que hacen del Monasterio otro de sus museos más importantes por la calidad de los
cuadros en sí y por su elevado número.
Al
salir, la brisa de la ría hace los minutos más placenteros, y preguntamos a
Juan Manuel por La Palma Mítica de su infancia. Y él, como palmerino, se recrea
en las estampas que son su vida misma. Recuerda esa feria de ganados, que se
celebraba frente a la Barriada de los Poetas Andaluces, cerca de su vivienda,
frente a la taberna de Pinti, (Taberna del Pavi) que en esos días colocaba un
sombrajo de palos y ramas en la puerta del establecimiento. Juan Manuel se
sentaba en el suelo del balcón, colgaba sus piernas entre las rejas, mientras
comía los frutos más naturales. “El recuerdo es el lenguaje de los
sentimientos” decía Cortazar. Y Juan Manuel se “pierde” en evocaciones de aquel
pasado donde corría en bicicleta por el
Pilar y el río, y compraba cajetillas de “Ganador”, que un día fumara casi
seguido, con sus efectos propios. Recuerda Juan Manuel aquella tarde de junio,
en la que tirábamos flores a la imagen del Corazón de Jesús, tras la procesión.
Y también aquel teatro Yuqui, que montaba su sala cerca del Punto de San
Sebastián.
No
sé si habré descrito esos momentos felices de aquella tarde del 19 de julio,
pero cuando nos despedimos de Juan Manuel, aún permanecimos, un buen rato en el
puerto de La Rábida, junto al Ícaro que recuerda el vuelo del Plus Ultra, y
donde algunos artesanos marineros arreglaban sus aparejos, y a lo lejos, las
réplicas de las Carabelas y la brisa salina de aquellos paisajes, llenos de
historia que desde ahora cuentan con la gloria de un artista que nació en
nuestro pueblo, para mayor gloria de todos nosotros.
Manolo
Rodríguez Bueno